15/11/2024
En El Sigiloso Sucesor, Yanis Varoufakis, quien también fue ministro de Economía de Grecia en 2015, presenta el concepto de tecno-feudalismo, un sistema que reemplaza al hipercapitalismo de mercado. En este nuevo orden, las grandes corporaciones tecnológicas se convierten en los nuevos señores feudales, explotando a los "siervos de la nube", trabajadores digitales que producen sin ser remunerados adecuadamente. Varoufakis alerta que, para enfrentar esta nueva estructura de poder, es esencial una coalición global de los afectados por este sistema.
Por
Melina Schweizer
El sigiloso sucesor del
capitalismo es una obra del economista griego Yanis
Varoufakis. Hoy, el capitalismo parece estar presente en todos los rincones de
la sociedad: los capitalistas continúan siendo los dueños del poder,
controlando parlamentos, medios de comunicación, bancos centrales y las
principales organizaciones internacionales. Los mercados dictan las vidas de
millones de personas, moldeando su pensamiento y su visión del mundo. La
ganancia sigue siendo el objetivo primordial, no solo de los ricos, sino
también de las masas. Sin embargo, estamos siendo testigos de una
transformación profunda. Describir este nuevo sistema como
"hipercapitalismo" o "capitalismo de plataforma" sería
reducir su magnitud e ignorar el alcance de su evolución, señala Varaufakis.
Yanis Varoufakis critica la gestión
de Milei y analiza el rol de Argentina en los BRICS
En una reciente entrevista en el
canal de YouTube HasanAbi, el
exministro de Finanzas de Grecia, Yanis Varoufakis, realizó duras críticas al
enfoque económico de Javier Milei y reflexionó sobre el papel de Argentina en
el panorama global, en particular respecto al Fondo Monetario Internacional
(FMI) y los BRICS.
Varoufakis calificó las políticas de
Milei como una "no negociación" con el FMI, acusándolo de implementar
una austeridad excesiva que triplica las demandas del organismo, aumentando la
pobreza y debilitando las estructuras sociales del país. Según el economista,
el plan de Milei transforma a Argentina en un "paraíso para fondos de
cobertura y saqueadores", dejando a gran parte de su población desamparada
y obligada a emigrar.
En contraste, Varoufakis recomendó
que Argentina debería declarar un default de su deuda, criticando la decisión
del expresidente Mauricio Macri de volver a endeudarse con el FMI para pagar a
acreedores sin esperanzas de cobro, una medida que, según el griego, sólo
fortaleció el poder de los oligarcas mediante más austeridad.
Respecto a los BRICS, Varoufakis
destacó el interés en su sistema de pagos alternativo al dólar y al SWIFT,
ejemplificado por el préstamo en pesos de China a Argentina para un pago al
FMI. Sin embargo, advirtió que esta alternativa no es garantía de beneficios
para los trabajadores, sino un movimiento estratégico liderado por China para
debilitar el monopolio del dólar en las finanzas globales.
Con una perspectiva crítica,
Varoufakis subrayó que el futuro de Argentina dependerá de abandonar políticas
que priorizan a las élites y de buscar alternativas económicas que fortalezcan
la soberanía y el bienestar social.
Desarrollo
teórico de Varufakis en su libro "El Sigiloso Sucesor"
Es
tentador pensar que, independientemente del nombre que le demos al sistema en
el que vivimos, el sistema no cambia y "es lo que es". Sin embargo, este es un
error. La palabra que utilizamos para describir un sistema puede influir para
perpetuarse, si somos afines a él, o para desafiarlo y combatirlo, si no
estamos de acuerdo. Varoufakis
considera que necesitamos una definición específica para este nuevo modelo y
elige la de "tecno-feudalismo". ¿Por qué "tecno-feudalismo"
y no "hipercapitalismo" o "capitalismo de plataforma"? La
respuesta es que la transformación afecta a la esencia misma del sistema: se
trata del triunfo de la renta sobre el beneficio. Poco a poco, los dos grandes
pilares del capitalismo -el beneficio y los mercados- están siendo sustituidos.
Por lo tanto, si la generación de riqueza no surge del beneficio ni se genera
en un mercado, ya no estaríamos en un sistema capitalista; estaríamos en una
instancia postcapitalista. Pero, en lugar de un postcapitalismo que remedie las
desigualdades y acabe con la explotación, el sistema sustituto hace lo
contrario: generaliza la explotación a niveles inimaginables.
Cuando
en el siglo XX se pensaba en la posibilidad de poner fin al capitalismo, se
suponía que el brazo ejecutor sería el proletariado. Pero las cosas no podrían
haber sido más diferentes. Incluso en los países occidentales, con sindicatos
poderosos, los trabajadores terminaron aceptando que el capitalismo es un
sistema natural que no deja de fortalecerse. Sin embargo, el capitalismo está
muriendo. ¿A manos de quién?. No del proletariado, como se había pensado o
podría esperarse. Por el contrario, el capitalismo está siendo víctima
indirecta de su mayor creación: los "nubelistas". El autor llama
"nubelistas" al grupo que ha desplazado a los capitalistas
tradicionales como nueva élite dominante. Se trata de nuevos ultra-ricos,
dueños del capital en la nube. Por eso, necesitamos un nuevo relato que
explique lo que está sucediendo. Y lo que está sucediendo es la historia de
cómo la renta, el rasgo distintivo del feudalismo, protagoniza un notable
resurgimiento que desplaza al beneficio, consustancial al capitalismo, como
generador de riqueza.
¿Qué
es la renta? En el feudalismo era fácil de entender: por accidente de
nacimiento, el feudal obtenía los derechos sobre la tierra, lo que le permitía
ser dueño de parte de la cosecha producida por los campesinos que habitaban en
su parcela. En el capitalismo, entender lo que es la renta y diferenciarla del
beneficio es más complejo, porque tanto la renta como el beneficio son dinero
que queda una vez pagados los costos. Sin embargo, la diferencia existe. Aunque
útil, el beneficio es vulnerable a la competencia del mercado, mientras que la
renta deriva del acceso privilegiado a bienes, como el suelo fértil o la tierra
con recursos fósiles. En cambio, el beneficio crece cuando los empresarios
invierten en cosas que antes no existían, como el automóvil o los aparatos de
televisión, y por ende es vulnerable a la competencia del mercado.
El
capitalismo se impuso cuando el beneficio prevaleció sobre la renta, cuando el
trabajo y los derechos de propiedad se convirtieron en mercancía. Frente a la
renta, con olor a injusticia y explotación, el beneficio capitalista
reivindicaba su superioridad moral. Sin embargo, la renta no desapareció en el
capitalismo; se manifiesta en cuatro tipos de renta financiera. La primera es
la renta en los mercados de acciones, que consiste en los rendimientos
financieros. La segunda es la renta del suelo, que se refiere a cualquier pago
por alquilar un terreno o inmueble. La tercera es la renta de monopolio, cuando
el vendedor obtiene un pago superior al valor de cambio de la mercancía porque
su condición monopólica le permite aumentar el precio a su antojo. Por último,
la renta de marca, que se da cuando el comprador está dispuesto a pagar un
precio superior al valor de cambio de bienes o servicios para, por ejemplo,
compartir una identidad o adquirir un estatus. La fidelidad a una marca permite
al empresario subir los precios sin perder clientes. A finales del siglo XX,
poseer una marca para extraer una renta era más importante que el lugar de
fabricación o el fabricante del producto.
Por
consiguiente, fue la aparición del capital en la nube a principios del siglo
XXI, con la figura de los llamados "nubelistas", lo que permitió a la
renta su regreso triunfal. Apple fue, por ejemplo, su talón de proa, primero
con los elevados precios propios de la renta de marca, y luego mediante el
iPhone, que permitió el ingreso a un nuevo universo: el alquiler de la nube. La
genialidad de Steve Jobs radicó en invitar a desarrolladores externos a
utilizar el software gratuito de Apple para producir aplicaciones que se
venderían a través de la Apple Store. Así, una multitud de trabajadores
asalariados y capitalistas dieron forma a miles de apps cuya variedad y
cantidad los ingenieros de Apple no habrían podido alcanzar por sí solos. Para
ser competitivos, los desarrolladores internos y externos, así como las
pequeñas empresas, no tuvieron más remedio que operar dentro de la Apple Store.
El precio: un alquiler en calidad de "renta del suelo digital". Así
nació el feudo en la nube en la Apple Store y la primera clase de capitalistas
vasallos de dicho feudo.
Los
capitalistas vasallos son productores capitalistas que, para vender su
mercancía, deben pagar una renta en la nube. En el tecno-feudalismo, los
capitalistas tradicionales siguen produciendo el valor de cambio en la
economía, igual que lo hacían en el capitalismo, pero ahora se encuentran
sometidos e integrados en los feudos de la nube construidos por los
nube-listas. Solo otro conglomerado, además de Apple, convenció a gran parte de
los creadores de formar parte de su tienda: Google. Google siguió una estrategia
diferente a la de Apple. En lugar de construir un teléfono que compitiera con
el iPhone, desarrolló Android, un sistema operativo de instalación gratuita
para cualquier smartphone, creando así Google Play como alternativa a la Apple
Store. Android no era ni mejor ni peor que los sistemas operativos de
Blackberry, Nokia o Sony, pero tenía un súper poder: el abundante capital en la
nube de Google. Sony, Blackberry y Nokia se convirtieron en meros fabricantes
de teléfonos y en capitalistas vasallos de Google, que a su vez embolsaba la
renta de la nube producida por la multitud de emprendedores u otros
capitalistas vasallos. El resultado fue una industria global dominada por dos
corporaciones nubelistas: Apple y Google, cuya riqueza era producida por
desarrolladores externos no asalariados que pagaban una comisión por pertenecer
al feudo. No son beneficios; se trata de la renta de la nube, equivalente
digital a la renta de la tierra en la era feudal. Al mismo tiempo que los
nubelistas Apple y Google, Amazon perfeccionaba su fórmula para vender bienes
físicos y creaba su propio feudo en la nube.
Una característica del
tecno-feudalismo es que el comercio no se sitúa en los mercados, sino en los
feudos de la nube, creados y dirigidos por algoritmos de educación capital que
ponen en contacto a compradores con vendedores. Plataformas de comercio electrónico
como Amazon o Alibaba no son mercados, ya que los algoritmos de la nube pueden
aislar a todos los compradores unos de otros y a todos los vendedores unos de
otros. El algoritmo nubelista se reserva la función de poner en contacto a
compradores con vendedores, lo que otorga al nubelista el poder de cobrar a los
vendedores capitalistas convencionales, devenidos vasallos de la nube, grandes
rentas por tener acceso a los clientes. Grandes o pequeños, poderosos o no,
todos los capitalistas vasallos comenzaron a depender, en mayor o menor medida,
de la venta de sus productos a través de sitios de comercio electrónico como
Amazon, MercadoLibre, eBay o Alibaba.
Mientras Google y Apple creaban sus
feudos digitales alimentando los negocios para usuarios de smartphones y Amazon
atrapaba a los fabricantes de productos físicos en su feudo de la nube, otros
nubelistas centraron su atención en el "precariado", en los
trabajadores informales y flexibles. Uber, Rappi y todo tipo de imitadores
crearon feudos de conductores, repartidores, limpiadores, paseadores de perros
y otros trabajadores sin salario a los que cobraban una comisión sobre sus
ingresos: una renta en la nube.
El poder logrado por los nubelistas
ha sido tal que no necesitan policía para desalojar a un vasallo; basta con
eliminar un enlace al sitio para dejar fuera de combate a una empresa o a una
persona. El tecno-feudalismo se apoya, en definitiva, en un "tecno-terror
limpio". ¿Cómo llegaron los nube-listas, capitalistas de la nube, a
convertirse en la nueva clase dominante que transformó un sistema basado en el
beneficio y el mercado en otro basado en la renta?. Desde que en el siglo XVIII
los capitalistas usaron la máquina de vapor para sustituir a la clase dirigente
de entonces, los señores feudales, e instalaron el capitalismo basado en el
mercado y la búsqueda de ganancia, todos los cambios y crisis que atravesó el
capitalismo -como la Gran Depresión de 1930, las guerras mundiales, los
acuerdos de Bretton Woods y la localización fabril en Asia- no generaron ni un
nuevo tipo de capitalismo ni una nueva clase que pudiera desafiar la supremacía
del capitalista. Fueron los propietarios del capital en la nube, a los que este
autor llama "nube-listas", quienes cambiaron todo: el concepto de
mercancía, la identidad, el contexto de la política, la naturaleza del estado y
la aventura geopolítica. ¿Con qué dinero lo hicieron?.Con el río de dinero que
imprimían y liberaban los bancos centrales.
Pero, ¿cómo convencieron los
nubelistas a los bancos centrales para hacerlo?. No tuvieron que convencerlos.
En 2008, cuando implosionó el sector bancario de Occidente, los políticos
pensaron que si dejaban quebrar a los bancos, desaparecerían los ahorros de las
personas. Por lo tanto, los bancos centrales del G7 hicieron todo lo posible
para salvar a los bancos. Con ese objetivo, practicaron un "socialismo
hacia los banqueros", mientras que al resto de la sociedad se le sometió a
un proceso de austeridad brutal.
En todas las crisis del capitalismo
crece la desigualdad porque los poderosos recuperan sus beneficios más rápido
que los pobres, pero en 2008 fue aún peor porque los pobres no solo se
recuperaron más lentamente, sino que vieron disminuir sus ingresos mientras los
financieros y las grandes empresas aumentaban ganancias considerablemente. La
consecuencia paradójica fue el estancamiento económico con un impactante
aumento de la riqueza de los ultrarricos, sobre todo la de los dueños del
capital en la nube. Fue en este período en que empresarios audaces como Jeff
Bezos y Elon Musk construyeron su capital en la nube sin necesidad de hacer lo
que cualquier capitalista había hecho para lograrlo, elevando el valor de su
riqueza en 10 años de 10,000 a 200,000 millones de dólares. Pero el dinero de
los bancos centrales no fue a parar directamente a los nubelistas; los bancos
centrales auxiliaron a los bancos en quiebra, y estos prestaron a las grandes
empresas. Las empresas, espantadas por la recesión, no destinaron ese dinero a
inversiones productivas, sino que lo destinaron a recomprar acciones de su
propia empresa, lo cual impulsó un aumento de sus propias acciones, la mayor
parte de las cuales estaba en poder de los dueños.
Durante una década, con el precio de
las acciones volando, los ricos se enriquecieron sin hacer nada. Y entonces
llegó la pandemia, y los nubelistas aprovecharon el dinero de los bancos
centrales para crear un nuevo imperio. Los traders de la City londinense
razonaron que la situación tan espantosa haría que el Banco Central entrara en
pánico y, tomando el antecedente de la crisis de 2008, imprimiera dinero, se lo
diera al sistema financiero, que nuevamente compraría acciones y así aumentaría
su precio. Eso no solo lo hizo el Banco Central de Inglaterra; lo hicieron en
todo el mundo. Paralelamente, para la parte tecnológica, la pandemia resultó
fabulosa. Mientras que en Estados Unidos se recortaban 30 millones de trabajos,
Amazon iba en sentido contrario y contrataba miles de trabajadores para
entregar millones de paquetes a ciudadanos confinados, ciudadanos que recurrían
a decenas de plataformas para seguir sus vidas en una nueva normalidad.
Fue la pandemia y la avalancha de
dinero público liberado lo que marcó el inicio de la era del capital en la
nube. Se gestó así un nuevo grupo grande, uno que de manera revolucionaria,
aprovechando su capital en la nube, logró que casi toda la humanidad trabajara
para él gratis o por una miseria. Los nubelistas redujeron al resto de los
capitalistas a un estatus de vasallaje. Los trabajadores asalariados se
convirtieron en proletarios de la nube, cada vez más precarizados, y casi todo
el mundo pasó a actuar como un siervo de la nube, contribuyendo a que el
capital de la nube acumule y construya sus feudos. Nadie lo planeó; la
irrupción de los nubelistas produjo lo que nadie podría prever.
Una mirada crítica al planteo de
este autor diría que los nubelistas no difieren de los capitalistas
corporativos: invierten su capital en tecnología cada vez más avanzada e,
incluso, en cuanto se instala algo parecido a un feudo como puede ser Facebook,
surge algo similar que le genera competencia, como TikTok. Según esta mirada,
los nubelistas no se parecen mucho a los señores feudales del medioevo; al
contrario, se parecen más a los Ford y a los Edison del siglo XX. Si así fuera,
¿por qué no llamarlos mejor capitalismo rentista o capitalismo en la nube o
hipercapitalismo? El autor responde que es cierto que los nubelistas invierten
en alta tecnología, pero sus inversiones no derivan en un bien o un servicio
que se produce para ser vendido y obtener una ganancia. Alexa o Siri no nos
responden a nuestras preguntas a cambio de dinero, ni Instagram ni TikTok
venden nada. Su objetivo es captar nuestra atención; incluso cuando nos venden
acceso a GPT, no lo hacen como si fuera una mercancía: se venden a un precio
barato para que accedamos a nuestros hogares y capten aún más nuestra atención.
Es este poder de captura lo que les permite luego cobrar una renta en la nube a
los capitalistas vasallos que se dedican al antiguo negocio de vender
mercancías, para obtener beneficios basados en los algoritmos alimentados por
nuestra atención secuestrada.
Los nubelistas se hacen inmensamente
ricos sin necesidad de producir ninguna mercancía. ¿Pero qué pasa con la brutal
competencia que se establece entre TikTok e Instagram, entre Netflix y Disney,
entre Amazon y Alibaba?. No debemos confundir la rivalidad entre feudos con la
competencia basada en el mercado. Cuando TikTok atrae más la atención que
Instagram, no lo hace porque resulte más barato o por la calidad de sus
amistades; lo que ofrece TikTok es un nuevo feudo para siervos de la nube que
buscan nuevas experiencias. Por supuesto que los nubelistas como Apple, Amazon
o Google invierten en I+D, en política, en marketing, en debilitar sindicatos,
pero no lo hacen para vender mercancías por un máximo beneficio, sino para
extraer las máximas rentas de los capitalistas vasallos que son los que venden
mercancías. Por eso, el mejor nombre para este sistema es
"tecno-feudalismo."
En el último tercio del siglo XX se
formalizó un pacto tácito entre China y Estados Unidos, o mejor dicho, entre
las clases dominantes estadounidenses y chinas, con el objetivo de mantener
alta la demanda de productos chinos en base al déficit comercial de Estados
Unidos. Para ello, se trasladaría la producción industrial de empresas
estadounidenses a China y los beneficios de las empresas fabriles chinas se
invertirían en bonos del tesoro y en el sistema financiero estadounidense. Este
pacto tuvo un antecedente en la inmediata posguerra: Japón. Estados Unidos vio
a China como un "Japón más grande". A este esquema se fueron
incorporando luego los aparatos electrónicos japoneses, la ropa china y los
televisores coreanos, que inundaron los supermercados de Estados Unidos.
Sin embargo, llegó la crisis de 2008
con dos consecuencias: por un lado, fortaleció la posición de China al aumentar
la inversión interna frente a la austeridad occidental, lo cual incrementó la
importancia global de China, permitiéndole acumular tal cantidad de excedente
que amplió su política de inversiones a África, América Latina, Asia e incluso
Europa. La segunda consecuencia fue el aumento del capital en la nube impulsado
desde Beijing. De ese modo, las grandes tecnológicas de Silicon Valley comenzaron
a sentir la tremenda competencia de las tecnológicas chinas, y Estados Unidos
sintió su hegemonía amenazada.
En Occidente se subestimó el
crecimiento tecnológico chino; se supuso que solo era un fenómeno de imitación
y duplicación: Baidu era Google, Alibaba era Amazon, Weibo era Twitter, y no es
así. En realidad, se crearon cinco conglomerados nubelistas chinos: Alibaba,
Tencent, Baidu, JD.com, y SenseTime. Esta dimensión de los cinco conglomerados
sería como si en Occidente se combinaran Google, Facebook, Twitter, Instagram,
TikTok, a los que se sumarían mensajerías como Skype y WhatsApp junto a
mercados electrónicos como Amazon, Spotify, Netflix, Disney, Airbnb, Uber, y,
finalmente, sumarle PayPal y otras aplicaciones de pago. Todo esto resultaría
comparable a la aplicación china WeChat, del gigante Tencent, que permite a
millones, sin salir de su casa, hacer una compra mientras escuchan música,
navegan por las redes sociales y envían dinero a cualquier persona dentro y
fuera de China.
Los nubelistas chinos han acumulado
un capital en la nube ni siquiera soñado por Silicon Valley. Los gobernantes de
Estados Unidos se dieron cuenta, pero ya era tarde: surgió un tecno-feudalismo
con características chinas. El gobierno de Trump excluyó a las empresas
tecnológicas Huawei y ZTE, e intentó americanizar Tik Tok, pero China no cedió;
tiene su propio conglomerado tecnológico y una inmensa cantidad de capital. En
octubre de 2022, Biden declaró la prohibición total de exportación de cualquier
cosa que ayudará a China a desarrollar microchips. La guerra económica había
sido declarada, y la consecuencia fue que los funcionarios del gobierno chino
decidieron apostar plenamente por financiar la nube en China. Antes de eso, el
gobierno de Beijing había privilegiado los intereses de los productores
industriales. Esta nueva guerra fría está obligando a los países del sur global
a definirse entre las dos potencias en una competencia declarada por la
adquisición de materias primas como el litio y otras tierras raras.
Una víctima de este proceso es la
democracia. En un mundo de Estados débiles, el enorme poder de los feudos
nubelistas occidentales somete a cualquier poder político. Pero, por una cruel
ironía, el único poder político que ha demostrado capacidad para someter a los
feudos nubelistas ha sido el gobierno encabezado por el Partido Comunista
Chino, que mostró poder para someter al gran señor tecno-feudal chino, Jack Ma,
el dueño de Alibaba.
Hoy, los proletarios de la nube son
demasiado débiles y los siervos ni siquiera se consideran productores, mientras
que los sindicatos se reducen a representar a los viejos trabajadores formales
de la economía tradicional. Los proletarios de la nube son los trabajadores de
las empresas del sistema capitalista tradicional, empresas vasallas a las que
se les impone una precarización y aceleración de su trabajo para poder vender
lo que producen a menor costo en la plataforma de la nube. A medida que el capital
en la nube se acumula, una parte cada vez más importante de la plusvalía de los
proletarios de la nube, generada en las empresas capitalistas, se desvía hacia
los nubelistas en la forma de una mayor renta pagada por las empresas vasallas.
Los siervos de la nube son personas
que no son trabajadores ni de la nube ni de las empresas vasallas, pero que
deciden trabajar duro y durante mucho tiempo en forma gratuita para generar el
stock de capital en la nube en forma de publicaciones, videos, fotos, posteos,
etc.
Los siervos reproducen el capital de
la nube, diferenciándose de los trabajadores tradicionales. Mientras que los
capitalistas sólo pueden explotar a sus trabajadores, los nubelistas se
benefician de la explotación universal. Los siervos de la nube trabajan gratis
para aumentar el capital del stock en la nube, y los nubelistas se apropian
cada vez más de la plusvalía que los capitalistas vasallos extraen de sus
empleados, convertidos en proletarios de la nube.
Para el autor, quien critica a la
izquierda posterior a la caída del muro, está abrazó el relativismo, acusándola
de permitir la fragmentación de la clase trabajadora al sustituir la lucha de
clases por la política de la identidad. El impulso por proteger a las minorías
raciales, sexuales, étnicas y religiosas resulta favorable al discurso
políticamente correcto del poder, que busca aparecer como liberal, pero hace
muy poco para combatir las causas sistémicas que oprimen a esas minorías. Al
mismo tiempo, nada podría ser más funcional para la derecha alternativa que la
política de la identidad, que se convierte en el espacio propicio para agitar
sentimientos tribales y racistas, inofensivos, que despierta la política de la
identidad en grandes porcentajes del electorado.
Ya no tenemos el capital de un lado
y a los trabajadores del otro; ambos están sometidos por una nueva clase
dominante: los nubelistas, cuyo ascenso al poder, la política ha permitido. Ya
nadie habla en nombre de los proletarios de la nube, de los siervos de la nube,
de los capitalistas vasallos ni de lo que queda del precariado tradicional.
Vivimos en un mundo tecno-feudal basado en el capital en la nube, que genera
nuevos conflictos y dibuja estructuras sociales endiabladamente complejas.
Debemos reconfigurarlo a fondo. Quien siga pensando que el destino del
capitalismo es ser reemplazado por el socialismo se sentirá abatido por el
hecho de que ha llegado el poscapitalismo, pero no el socialismo. Además, el
sistema sustituto es aún peor. No es que no sea necesario que trabajadores,
obreros, docentes y enfermeras se organicen, sino que no es suficiente en un
mundo dominado por el capital en la nube, producido en gran medida gracias al
trabajo gratuito de los siervos de la nube. No será la organización del proletariado
precariado lo que va a detenerlo; el tecno-feudalismo ha levantado una barrera
contra la movilización que lo ponga en riesgo.
Esa barrera es un aislamiento físico
de los siervos y los proletarios de la nube: el encapsulamiento. Interactuamos
en la nube gracias a pantallas, y la acción colectiva es más difícil cuando las
personas no están juntas. Pero la nube ofrece otras formas para organizarse y
otras formas de acción: una movilización en la nube que logre boicotear la
compra en algún feudo de venta online durante algún tiempo, lo cual requiere un
mínimo sacrificio y puede dar un alto beneficio colectivo, o una huelga de pagos
planeada y conducida para hacer caer el precio de las acciones de las empresas
nubelistas.
Así como en el capitalismo
industrial los trabajadores estaban alienados porque no eran propietarios de
los medios de producción y carecían de toma de decisiones, en el
tecno-feudalismo hemos dejado de ser dueños de nuestras mentes. Somos
fragmentos de datos y nuestra identidad está compuesta de elecciones a fuerza
de clics. Se han apropiado de nuestra atención; hemos perdido la capacidad de
concentración. El capital en la nube busca ocupar nuestro cerebro. Cada
trabajador es un proletario de la nube durante sus horas de trabajo y un siervo
de la nube el resto del tiempo, mientras cada esforzado autónomo se transforma
en un vasallo de la nube. Frente al tecno-feudalismo, actuar solos y
fragmentados no nos llevará demasiado lejos; a menos que nos unamos, nunca
lograremos civilizar, disciplinar o socializar el capital en la nube. Solo una
gran coalición puede debilitar al tecno-feudalismo, y el autor convoca a eso, a
esa coalición: ¡siervos de la nube, proletarios de la nube y vasallos de la
nube del mundo, uníos!
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