17/12/2024
Por
Melina Schweizer
Haití se desangra y el mundo sigue sin reaccionar. En solo diez días, 41,000 personas han sido desplazadas debido a la escalada de violencia, el mayor aumento en el desplazamiento desde enero de 2023, según la OIM. Más de 700,000 haitianos viven actualmente en condiciones de extrema vulnerabilidad, y la mitad de ellos son niños, quienes enfrentan no sólo la pobreza, sino también los riesgos de la violencia armada. Mientras tanto, las fuerzas de intervención kenianas permanecen inoperantes, dejando a la población haitiana expuesta a matanzas, abusos y explotación.
La crisis que atraviesa Haití no es consecuencia de un accidente o de una fatalidad natural, sino de un sistema internacional que ha mantenido al país bajo un régimen de explotación y despojo durante siglos. La historia de Haití es la de un pueblo privado de sus derechos, recursos y dignidad, víctima de intervenciones extranjeras que, en lugar de ofrecer soluciones, han intensificado su sufrimiento. Desde sus luchas por la independencia, Haití ha sido considerado una amenaza por las potencias coloniales y, más tarde, por las fuerzas imperialistas que buscan controlar sus recursos y debilitar su capacidad de autogobernarse.
La violencia e inseguridad que asolan al país, alimentadas por el creciente poder de las bandas armadas y la falta de control estatal, han alcanzado niveles extremos, provocando un sufrimiento generalizado y el colapso de las estructuras sociales. A pesar de los esfuerzos constantes del pueblo haitiano por mejorar su economía y alcanzar estabilidad, el país se enfrenta a una nueva tragedia: la violencia de las bandas armadas lo están llevando al colapso.
Esta situación es ampliamente conocida por la comunidad internacional, que ha optado por mirar hacia otro lado mientras Haití se desangra. La inacción de las potencias internacionales frente a las violaciones de derechos humanos y la pobreza extrema de la población haitiana contribuye a perpetuar el ciclo de pobreza y dependencia impuesto por el imperialismo. En lugar de ofrecer apoyo real, las naciones más poderosas prefieren intervenir militarmente o manipular las crisis internas para mantener su dominio.
A pesar de la magnitud de la crisis, no se ha reconocido oficialmente la situación como una guerra civil ni como un genocidio. Esta omisión podría explicarse por la falta de una respuesta internacional decidida, que minimiza la gravedad del conflicto para evitar una intervención directa, o por la tendencia a no considerar a Haití como un escenario de violencia organizada a gran escala. Al no etiquetar la crisis como una guerra civil, se desvía la atención de las dimensiones políticas y económicas que perpetúan el conflicto, mientras que no reconocerlo como un genocidio silencioso oculta el sufrimiento sistemático de la población, especialmente de las comunidades más vulnerables, expuestas a ataques armados, desplazamientos forzados y la desintegración de su tejido social. Esta falta de reconocimiento fomenta la indiferencia ante la tragedia humanitaria que enfrenta el país.
La sucesión de gobiernos que han intentado ocupar el vacío de poder dejado por Moïse ha sido desastrosa. Ningún líder ha logrado estabilizar la situación ni restaurar la paz. De hecho, la creciente inseguridad, el dominio de las bandas armadas y la falta de gobernabilidad han dejado a la población civil completamente desprotegida.
El poder creciente de las pandillas en Haití se debe a una combinación de factores políticos, sociales y económicos que se han exacerbado a lo largo de los años. Estas pandillas han dominado el país, especialmente desde la presidencia de Jovenel Moïse (2017-2021). A continuación, se destacan algunos de los elementos clave que explican su ascenso:
- Colaboración con el gobierno: Durante el mandato de Moïse, las pandillas comenzaron a recibir apoyo tácito o directo de algunos funcionarios gubernamentales. Se les proporcionaron armas y recursos para reprimir a los opositores, especialmente en los barrios pobres donde las protestas contra la corrupción eran frecuentes. Esto permitió a las pandillas ganar fuerza, más allá de su control territorial en zonas marginales.
- Desinstitucionalización y corrupción: La debilidad de las instituciones haitianas, especialmente la policía y el sistema judicial, facilitó el ascenso de las pandillas. Moïse, al concentrar poder y debilitar las estructuras de control, permitió que las pandillas operaran con impunidad. En algunos casos, las pandillas actúan como gobiernos de facto, con sus propias leyes y estructuras de poder.
- Inestabilidad política: El asesinato de Moïse en 2021 agudizó la crisis política, dejando un vacío de poder que las pandillas han aprovechado para fortalecer su influencia. La falta de un liderazgo claro y la fragilidad del gobierno interino han contribuido a que las pandillas, como la G9 dirigida por Jimmy Cherizier, se posicionen como actores clave en la política del país, organizando protestas y tomando decisiones de facto.
- Violencia y control social: Las pandillas han implementado tácticas de terror para someter a la población. Utilizan el secuestro, la extorsión y las masacres para intimidar a las comunidades y garantizar su control. Este poder se extiende incluso a áreas fuera de la capital, donde las pandillas gestionan servicios como electricidad y cobran cuotas a los residentes.
- Reacciones internacionales limitadas: A pesar de las denuncias y evidencias de la colaboración entre el gobierno haitiano y las pandillas, la respuesta internacional, particularmente de Estados Unidos y la ONU, ha sido limitada. La falta de acción para frenar el creciente poder de las pandillas refleja la complejidad política del país y la preocupación por no desestabilizar aún más la frágil situación en Haití.
Las pandillas en Haití han ganado poder debido a una combinación de apoyo político, corrupción, debilitamiento de las instituciones y un vacío de poder tras la muerte de Moïse, lo que les ha permitido actuar con impunidad y ejercer un control territorial y social significativo en varias regiones del país.
La injerencia internacional y el continuo saqueo
A lo largo de la historia, Haití ha sido víctima de intervenciones extranjeras que han socavado su soberanía. Desde la ocupación estadounidense entre 1915 y 1934 hasta las políticas neoliberales impuestas por organismos internacionales en las últimas décadas, Haití ha sufrido un saqueo sistemático. Estas intervenciones no solo han destruido las estructuras internas del país, sino que han dejado en manos de una élite haitiana corrupta los recursos naturales y económicos que deberían haber beneficiado a la población.
Hoy en día, Haití sigue siendo víctima de una nueva forma de intervención externa, esta vez en forma de intereses mineros. Los recursos naturales del país, como el oro, la bauxita y las tierras raras, están siendo explotados por potencias extranjeras que utilizan la violencia como herramienta para asegurar su control sobre estas riquezas. Las bandas armadas, en lugar de ser un fenómeno local aislado, se han convertido en actores clave en un conflicto más amplio, donde los intereses internacionales juegan un papel crucial.
Crisis humanitaria y desplazamiento forzado
La situación humanitaria en Haití ha alcanzado niveles de emergencia. Según informes de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), 41,000 personas han sido desplazadas en solo diez días debido a la escalada de violencia, lo que refleja el mayor aumento en el desplazamiento desde enero de 2023. Actualmente, más de 700,000 personas viven en condiciones de extrema vulnerabilidad, y de ellas, la mitad son niños, quienes no solo enfrentan la pobreza extrema, sino también los riesgos de la violencia armada. La falta de acceso a servicios básicos como alimentos, agua potable y atención médica empeora aún más su situación.
Un informe de UNICEF de marzo de 2024 indica que más de 300,000 niños han sido desplazados, lo que representa un aumento del 60% en solo unos meses. Estos niños, desplazados por la violencia, corren el riesgo de ser víctimas de abuso, explotación y reclutamiento forzoso por parte de las bandas armadas que dominan el país. Cada minuto que pasa, un niño haitiano se convierte en una víctima más de esta crisis, mientras su infancia se ve arrebatada por las circunstancias incontrolables que los rodean.
Desplazamiento forzado y recursos en disputa
El desplazamiento masivo de haitianos no es solo el resultado de la violencia interna, sino que también responde a una estrategia calculada para presionar a la República Dominicana y perpetuar la narrativa de que Haití es un "Estado fallido". Este éxodo, combinado con la explotación de los recursos mineros, pone de manifiesto la verdadera naturaleza del conflicto: un genocidio silencioso motivado por el control de los recursos naturales. Las riquezas minerales de Haití, incluyendo oro, bauxita y tierras raras, están en el centro de este conflicto. La violencia, diseñada para desplazar comunidades y eliminar resistencias locales, facilita el acceso a estos recursos, mientras la población civil sufre las consecuencias de una guerra sin cuartel.
La Masacre de 180 Ancianos y el Genocidio Silencioso
En medio de esta tragedia, la masacre de 180 ancianos en Cité Soleil, una de las zonas más empobrecidas y violentas de Puerto Príncipe, es un trágico reflejo de la brutalidad que enfrenta la población en el país. Los ataques, que según la prensa nacional e internacional fueron ordenados por Wharf Jérémie, Monel "Mikano" Félix, el líder de una pandilla, habrían sido desatados tras la enfermedad y posterior muerte de su hijo, un hecho que él atribuyó a la brujería practicada por los adultos mayores de la comunidad, la mayoría de las personas masacradas. Este crimen, perpetrado por una banda armada local, estuvo basado en acusaciones infundadas de brujería, lo que subraya la irracionalidad y la naturaleza incontrolable de la violencia. La masacre no es un hecho aislado, sino una manifestación de cómo las bandas armadas, que han tomado el control de amplias zonas del país, se han convertido en actores cruciales dentro de un conflicto alimentado por intereses externos, como la explotación de los recursos naturales y las manipulaciones geopolíticas.
La violencia desmesurada no hace distinciones. Afecta a todas las franjas de la población, sin importar su edad, estatus social o identidad. El genocidio silencioso al que está siendo sometida la población haitiana pasa desapercibido ante los ojos del mundo, y la respuesta de la comunidad internacional sigue siendo insuficiente frente a la magnitud de la crisis.
La Respuesta de la República Dominicana: Deportaciones y Frontera Cerrada
La crisis haitiana también ha tenido repercusiones significativas para la República Dominicana, que ha recibido a miles de haitianos que huyen de la violencia. Sin embargo, el gobierno de Luis Abinader ha anunciado que pretende expulsar a 10,000 haitianos por semana. Estas deportaciones no solo son inhumanas, sino que empeoran la situación de quienes ya están huyendo de un país devastado por la violencia. Cientos de ciudadanos haitianos son deportados, a menudo sin ningún tipo de asistencia ni consideración por sus derechos humanos. Esta práctica no solo expone la brutalidad de las políticas migratorias dominicanas, sino también la indiferencia global ante el sufrimiento de las poblaciones más vulnerables. ¿Por qué se invisibiliza tanto la migración haitiana y las causas que la generan?. Las raíces de la crisis no son simplemente internas; son el resultado de un sistema global que condena a Haití a la pobreza y la desesperanza, mientras que los países poderosos se benefician de su miseria.
Es fundamental comprender que la solución a esta crisis no se encuentra en la represión, ni en las deportaciones masivas, sino en una estrategia de solidaridad internacional que apunte a la reconstrucción de Haití desde sus propias raíces. El pueblo haitiano tiene derecho a la autodeterminación, a una vida digna y a un futuro en el que pueda superar los obstáculos impuestos por la historia. Sin embargo, esto solo será posible si los actores internacionales dejan de perpetuar las dinámicas de poder que han mantenido a Haití en una constante crisis humanitaria.
La comunidad internacional debe dejar de ser cómplice de la tragedia haitiana. Es imperativo que, en lugar de seguir ofreciendo soluciones que perpetúan la desigualdad, se fomente una verdadera reconstrucción que contemple la soberanía del pueblo haitiano, la erradicación de la pobreza y la violencia, y la creación de oportunidades reales para todos. Haití no puede seguir siendo un campo de prueba para políticas de intervención que solo benefician a las potencias extranjeras, mientras el pueblo sigue pagando el precio de un sistema global que favorece la explotación sobre la justicia.
Estas políticas de deportación han generado un ambiente creciente de xenofobia en la región, y han complicado aún más la situación de los haitianos, quienes son devueltos a un país en ruinas donde no encuentran ningún tipo de protección. Si bien algunos defienden estas políticas como una medida para controlar la migración, no se puede ignorar el sufrimiento de quienes se ven obligados a abandonar sus hogares en busca de un refugio seguro.
Deportaciones y Discriminación: La Larga Historia de la Diáspora Haitiana en Estados Unidos
En 2023, la diáspora haitiana en Estados Unidos alcanzó más de 731,000 personas, convirtiéndo en la quinta población más grande de inmigrantes nacidos en el extranjero en el país. Este grupo representa el 16% de los 4.6 millones de inmigrantes caribeños. A pesar de ser una de las comunidades más grandes, las deportaciones de haitianos aumentaron significativamente bajo la administración Biden. Entre 2021 y mayo de 2022, se registraron unos 227 vuelos de deportación, una cifra mucho mayor en comparación con los 37 vuelos de 2020. Además, la historia de discriminación hacia los haitianos en las políticas migratorias de Estados Unidos es larga, desde la culpabilización de la comunidad por la propagación del VIH en los años 90 hasta el infame incidente de 2021, cuando un guardia fronterizo fue captado golpeando con un látigo a migrantes haitianos en Del Río, lo que evocó imágenes del pasado esclavista.
El 20 de enero de 2025, Donald Trump será investido nuevamente como presidente de los Estados Unidos. En el debate del 10 de septiembre de 2023, Trump afirmó que los inmigrantes haitianos en Springfield, Ohio, se estaban comiendo a los perros y gatos, una declaración que fue desmentida por las autoridades locales. Este tipo de afirmaciones ha sido interpretado por varios analistas como un intento de generar temor hacia la inmigración y de impulsar políticas migratorias más restrictivas, incluidas las deportaciones masivas. Al ser cuestionado sobre sus palabras, Trump defendió que solo estaba repitiendo lo que se había informado, aunque estas noticias ya habían sido desacreditadas. Esta postura refuerza su enfoque de línea dura en materia migratoria, que planea aplicar durante su segundo mandato presidencial.
El ataque de las bandas a los aviones de pasajeros comerciales
El reciente aumento de la violencia en Haití, ejemplificado por el ataque a un avión de la aerolínea estadounidense Spirit Airlines, refleja la creciente inseguridad que afecta al país. Este ataque, que obligó a desviar el avión hacia la República Dominicana, es solo un síntoma de una crisis mucho más profunda que involucra la creciente influencia de las bandas armadas en el país. Los atacantes, armados con sofisticadas armas de fuego, plantean interrogantes sobre cómo estas bandas logran acceder a un arsenal tan avanzado y quién está detrás de la distribución de estas armas. La inseguridad no solo pone en peligro a los ciudadanos haitianos, sino que también tiene repercusiones internacionales, como lo demuestra la decisión de Estados Unidos de suspender sus vuelos hacia Haití, lo que evidencia el impacto global de la inestabilidad en el país. La violencia está vinculada al caos y la falta de control estatal, lo que plantea la pregunta de quién se beneficia de este desorden, ya que perpetúa una situación de sufrimiento para el pueblo haitiano. La situación exige una respuesta coordinada de la comunidad internacional para frenar la violencia, restaurar la paz y permitir el desarrollo social y económico sostenible en Haití.
Las Fuerzas de Paz Internacionales: Un Fracaso Ante la Realidad
La intervención de fuerzas extranjeras, como las enviadas por Kenia, ha sido un intento fallido de frenar la violencia en Haití. A pesar de los esfuerzos de las fuerzas de paz, la situación sigue empeorando, y el conflicto persiste sin solución a la vista. Las intervenciones internacionales, que algunos consideran como una respuesta racista -"entre negros se entienden"-, no han logrado estabilizar el país. Por el contrario, estas intervenciones sólo parecen proporcionar soluciones temporales que no abordan las raíces profundas del conflicto ni las dinámicas económicas que lo alimentan.
La falta de resultados tangibles de estas intervenciones, junto con la desconfianza creciente de la población haitiana hacia la comunidad internacional, ha exacerbado aún más la crisis. Las soluciones propuestas por actores externos no han logrado aliviar el sufrimiento de los haitianos ni restaurar la paz en el país.
La Falta de Atención Internacional a Haití
Lo más alarmante es la falta de atención internacional al sufrimiento de Haití, que contrasta con la cobertura que reciben otros conflictos internacionales, como los de Siria, Libia, Ucrania o Gaza. Mientras que estos conflictos reciben una cobertura constante en los medios de comunicación y una respuesta activa de la comunidad internacional, Haití sigue siendo ignorado, a pesar de que su crisis está afectando no solo a su población, sino también a la estabilidad regional. Este doble rasero refleja cómo los intereses geopolíticos y económicos influyen en la forma en que se perciben los conflictos, especialmente cuando afectan a países en el continente americano que no tienen la misma visibilidad ni el mismo apoyo internacional.
El Poder de los Clinton en Haití y la Influencia de las Élites
En el análisis de Jonathan M. Katz y Allison Shelley, publicado en 2015 por Pulitzer Center, se argumenta que los Clinton tienen una influencia significativa en Haití, comparable a la de una monarquía, debido a su capacidad para controlar el destino político y económico del país. A pesar de que su presencia en Haití, a través de proyectos como Caracol, se presenta como una solución para la pobreza y el desarrollo, los autores sostienen que las élites haitianas, apoyadas por los Clinton, son las principales beneficiarias de estas iniciativas. La creación de zonas de empleo y la atracción de inversiones extranjeras, lejos de beneficiar a la población haitiana en su conjunto, fortalecen a un pequeño grupo de élites locales y extranjeras que tienen intereses políticos y económicos en el país. Además, el enfoque de los Clinton parece estar más alineado con las necesidades de estos grupos poderosos que con los de la mayoría de los haitianos, quienes continúan enfrentando condiciones de pobreza extrema. Los Clinton, al buscar establecer alianzas con la élite, no han logrado romper las estructuras de poder que perpetúan la desigualdad y la explotación en Haití, lo que ha llevado a algunos críticos a verlos como los "reyes" del país, quienes gestionan los recursos y las políticas sin tener en cuenta las necesidades reales de la población más vulnerable.
Una Llamada a la Acción
Haití necesita soluciones internas, no más intervenciones externas disfrazadas de ayuda humanitaria. La comunidad internacional debe abandonar las estrategias que perpetúan el caos y apoyar procesos genuinos liderados por haitianos, como la construcción de instituciones fuertes, el desarrollo económico sostenible y el respeto por su soberanía. La solución a la crisis de Haití no está en manos de potencias extranjeras, sino de su propio pueblo.
Es imperativo que se reconozca la gravedad de la situación. Haití no está simplemente en crisis; está siendo desmantelado en una operación geopolítica que afecta no solo a su población, sino a toda la región. Las soluciones no pueden esperar más. La vida de millones de haitianos depende de la voluntad global de detener este genocidio silencioso y permitir que Haití recupere su dignidad y autodeterminación.
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