14/04/2025
"Un familiar mío está entre los que no volvieron... esto no se puede quedar en el olvido", expresó el youtuber dominicano Manin TV con la voz quebrada. Con lágrimas, banderas y un abrazo colectivo, la comunidad dominicana en Buenos Aires rindió homenaje a las más de 226 víctimas del colapso del Jet Set. El acto, realizado en Constitución, fue un gesto de duelo y unidad que cruzó el océano.
Por Melina Schweizer
El domingo, Buenos Aires se tiñó de
negro. Pero no del negro elegante del tango ni del cielo antes de la tormenta.
Era un negro espeso, solemne, cargado de ausencias. No venía de aquí, sino de
allá: del suelo abierto en Santo Domingo, de las voces apagadas en medio de una
canción, del colapso que nos dejó sin aliento incluso a quienes estamos lejos.
Nos encontramos en Constitución, ese barrio de tránsito y espera, donde las valijas conviven con las nostalgias, y donde los inmigrantes -de ayer y de hoy- hemos aprendido a reinventarnos entre veredas rotas y edificios cansados. Allí, entre murales desteñidos, bocinazos y banderas, se alzó una ceremonia sencilla pero inmensa. No hubo vallas, ni escenario. Solo un grupo de dominicanos y dominicanas con la patria en la garganta y el alma hecha trizas.
Los vecinos de Asunción de la Rosa.
La convocatoria fue de la Casa del
Dominicano, ADUA e INDEX. También acompañó la Asociación de Colectividades de la Ciudad de Buenos Aires, que se
acercó con respeto y solidaridad, demostrando que el dolor, cuando es profundo,
trasciende las fronteras.
El clima era más que un acto: era un
duelo compartido. Un silencio espeso cubría la calle como una manta que nadie
se atrevía a sacudir. Se escuchaban sollozos suaves, frases entrecortadas,
abrazos largos. Todos de negro. Todos con los ojos húmedos. Todos preguntándose
cómo se llora desde tan lejos a los muertos que se amaron tan cerca.
Cantamos el himno nacional con los labios apretados. Algunos lo gritaron como un grito de guerra, otros lo susurraron como quien no encuentra fuerza. Después, la oración colectiva nos amarró los corazones. Nadie se movía. Era como si el tiempo se hubiera detenido justo ahí, en la herida compartida.
Los vecinos de Asunción de la Rosa en el acto.
El embajador Jorge Marte Báez habló
con respeto y calidez. No sobreactuó el dolor, lo acompañó.
"Lamento profundamente que este sea
mi primer encuentro con una comunidad tan valiosa como esta. No debería
conocerlos en medio del luto, sino celebrando nuestras raíces, nuestra alegría.
Pero estoy aquí para escucharlos, para acompañarlos, y para que sepan que esta
Embajada es su casa, hoy y siempre."
A su lado, la ministra consejera
Bethania Fernández lo miraba con la emoción contenida que sólo una mujer de
oficio sabe sostener sin quebrarse.
Uno de los momentos más conmovedores
fue la mención de Nilka Curiel,
quien aún luchaba por su vida el día del acto, y que falleció horas después, el
lunes 14 de abril. Su nombre, que ya resonaba con fuerza entre los presentes,
se volvió símbolo de la última esperanza que se apagó. Su hermano, Héctor Bienvenido Curiel, nos regaló un
retrato íntimo que ahora duele todavía más:
"Bueno, los recuerdos que quedan de Nilka son muchos. Ella era muy alegre, muy sociable. Le gustaba compartir, hablar con la gente. Era muy solidaria. Todo el que necesitaba algo, ella se lo daba, aun sin conocerlo. Esa era mi hermana. Y hoy lo único que esperamos es que las autoridades tomen cartas en el asunto. Porque tantas vidas perdidas no se pueden quedar impunes. Alguien tiene que dar la cara".
"A quienes han perdido un ser
querido, les enviamos nuestro abrazo y nuestra voz unida. El dolor que sentimos
hoy nos compromete aún más como comunidad. Cada vida perdida es un llamado a la
memoria, a la justicia y a la unidad."
También habló Zuleika Sánchez, periodista dominicana del Canal 26:
"Cómo dominicana, como periodista,
pero sobre todo como hija de ese pueblo que está llorando, les digo que esto
duele en el alma. Duele no estar allá para abrazar a los nuestros. Duele
imaginar lo que vivieron. Pero también creo que el dolor debe transformarse. No
podemos quedarnos en la tragedia. Tenemos que exigir, recordar y resistir."
Entre los presentes, Asunción De la Rosa, con doce años de
residencia en Buenos Aires, bajó la voz para decirme:
"Perdí a dos vecinos. Éramos de la
misma calle. Me dolió como si fueran hermanos. Pero más allá de ellos... es por
todos. Por lo que pasó. Por lo que se pudo evitar y no se evitó."
También estuvo el youtuber
dominicano Manin TV, quien perdió a
un familiar en el colapso. Su voz, grave y serena, sostenía la emoción:
"Uno nunca piensa que la desgracia
le va a tocar tan cerca. Hoy no hablo como creador de contenido, sino como
hijo, como primo, como hermano. Mi familiar está entre los que no volvieron, y
vengo a pedir que esto no se quede en el olvido. Que haya justicia para cada
uno de ellos."
Yo también hablé. No como periodista. Como una hija del Caribe con la isla tatuada en el alma. Dije que el Jet Set no fue solo un derrumbe: fue un grito. Una advertencia que sangra. Que cada vida perdida era una historia, un sueño, un abrazo pendiente. Y que por eso estábamos ahí: con las banderas al pecho, las lágrimas vivas y el corazón en pie. Porque el dolor nos reunió, pero la memoria nos sostiene. Y el silencio, esta vez, no será una opción.
José Pimentel y Elizabeth Pimentel son hermanos.
Y entonces sonó "Sobreviviré". No fue una canción, fue un rezo. Rubby Pérez nos
cantó desde el más allá con una dignidad serena, como quien sabe que la música
sobrevive incluso cuando el mundo se cae.
Nos fuimos sin aplausos. Despacio. Como quien se despide de un duelo que apenas empieza. En el aire quedaba el eco de las voces que no volvieron, y el calor de una comunidad que, incluso rota, sabe sostenerse.
Nilka Curiel víctima del Jetset, esa fue la ropa que se puso para ir a la fiesta.
Porque la patria, cuando no está, se
vuelve más cierta. Y a veces, aunque parezca lejana, aparece de golpe, un
domingo cualquiera, entre bocinas, banderas y abrazos -en Constitución-,
recordándonos que el dolor también es una forma de amor.
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