23/04/2025
Fue el primer papa latinoamericano, el que eligió llamarse Francisco, caminar por las villas y abrazar al excluido. Viajó en subte, llevó una cruz con Cristo vivo y habló sin miedo de verdad, amor y justicia. No pidió ser admirado: pidió ser imitado. Este es su legado pastoral, contado sin filtros.
Por
Alejandro Olmos
Hay momentos en la historia que no se repiten. El 13 de marzo de 2013, el mundo fue testigo de uno de esos instantes que parecen escritos por un guionista divino. Desde el balcón del Vaticano apareció Jorge Mario Bergoglio, un hombre de voz cálida, gestos serenos y corazón villero. Un papa argentino. Un papa del sur. Un papa que eligió llamarse Francisco, como San Francisco de Asís, el santo de los pobres, la naturaleza y la humildad.
El papa en un barrio carenciado.
A partir de ese día, la Iglesia Católica no volvió a ser la misma. Porque Francisco no fue un pontífice decorativo, fue un pastor con olor a oveja, como él mismo decía. Un líder que se animó a caminar en las periferias, a tocar las heridas sociales, a abrazar al marginado sin pedir credenciales.
En sus primeros meses como papa, rechazó los lujos del Palacio Apostólico y se mudó a la residencia de Santa Marta. Viajaba en auto común. Usaba zapatos sencillos. Almorzaba con empleados del Vaticano. Su mensaje era claro: la fe no está en el mármol, está en el barro.
Emoción de un jubilado al recibir la bendición de Francisco
Francisco fue el papa de los gestos, pero también de los hechos. Durante su papado realizó 47 viajes apostólicos a 66 países, siendo el primer pontífice en visitar Myanmar, Baréin, Irak, Mongolia y los Emiratos Árabes. Su primer viaje fue simbólico: Lampedusa, el 8 de julio de 2013, donde arrojó una corona de flores al mar en homenaje a los migrantes que perdieron la vida intentando cruzarlo. Allí pronunció una frase que aún resuena en los oídos del mundo:
"La globalización de la indiferencia nos ha hecho olvidar cómo llorar."
Fue también el papa que se atrevió a decir:
"Si una persona gay busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?"
(29 de julio de 2013, vuelo papal de regreso de Brasil).
No solo habló, incluyó. No señaló con el dedo, extendió la mano.
En un gesto profundamente simbólico, eligió como cruz pectoral una imagen de Jesús como el Buen Pastor, llevando una oveja sobre sus hombros. Un Cristo vivo, no crucificado. Un Cristo que camina, acompaña y abraza.
Francisco transformó la Iglesia desde adentro. Creó el Consejo de Cardenales en abril de 2013 para reformar la Curia Romana, con miembros de todos los continentes. Entre sus colaboradores más cercanos estuvieron el cardenal hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga y el cardenal alemán Reinhard Marx, ambos impulsores de una Iglesia más transparente. También mantuvo una relación estrecha con el cardenal Pietro Parolin, su Secretario de Estado, clave en las relaciones diplomáticas con China, Cuba y Sudán del Sur.
Pero si algo marcó su papado fue la verdad. Francisco ordenó la apertura de archivos del Vaticano sobre abusos sexuales y pidió perdón públicamente a las víctimas. Dijo sin rodeos:
"La verdad no teme ser mostrada."
También fue el papa del planeta. Su encíclica Laudato Si' (2015) fue una llamada urgente a cuidar la Tierra como casa común:
"Todo está conectado."
"La Tierra, nuestra hermana, clama por el daño que le causamos."
Puso el foco en los descartados, en los indigentes, en los migrantes, en los pueblos originarios. Fue el único líder religioso que recibió, una y otra vez, a los últimos, a los invisibles. Almorzó con personas en situación de calle. Lavó los pies de presos. Visitó hospitales, cárceles, campos de refugiados.
Y sin embargo, a pesar de su grandeza, en Argentina hubo indiferencia. Muchos lo admiraron, sí, pero no lo siguieron. Rezaron por él, pero no se dejaron transformar. Buscaron su foto, pero no su enseñanza.
"Prefiero una Iglesia accidentada por salir a las calles, que enferma por quedarse encerrada."
(27 de julio de 2013, Jornada Mundial de la Juventud)
"El futuro tiene un nombre, y ese nombre es esperanza."
(Discurso al Parlamento Europeo, 25 de noviembre de 2014)
Su paso por el mundo fue de luz, de servicio, de coherencia. Fue, quizás, el único líder contemporáneo que predicó lo que vivió. Que se dejó tocar por el dolor del otro. Que no vino a ser admirado, sino imitado.
Y ahora que su voz se ha apagado en la Tierra, su mensaje sigue vivo, caminando en los corazones de quienes todavía creen que el amor puede cambiar el mundo.
¿Qué haremos con su legado?
¿Lo dejaremos en el mármol o lo llevaremos al barro, como él hizo?
Ojalá esta vez no nos quedemos solo con la foto.
Ojalá su cruz con Cristo vivo nos recuerde que el Evangelio no es una doctrina lejana, sino una forma de caminar.
Y que Francisco no fue simplemente el primer papa argentino.
Fue el último gran pastor del mundo.
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