23/04/2025
Fue rechazada por querer ser guardaparque, ninguneada en su ingreso a la Fuerza Aérea pero en 1982, Liliana Colino pisó Malvinas bajo amenaza de ataque aéreo y se convirtió en la única mujer militar argentina en las islas durante la guerra. Esta es la historia de la mujer que eligió ir donde nadie la esperaba... y cambió las reglas para siempre.
Por
Melina Schweizer
Liliana Colino no nació para obedecer. Nació para cuidar. Primero, con un delantal prestado en el Hospital Durand, cuando aún era adolescente y los pasillos le parecían más grandes que ella. Después, con dos títulos bajo el brazo -enfermera y médica veterinaria-, como quien carga no un futuro, sino una decisión. Porque Liliana siempre eligió. Aunque el mundo no estuviera preparado para lo que ella quería ser.
En 1980, quiso ser guardaparque. La respuesta fue seca, impersonal, masculina: "Acá no aceptamos mujeres." Salió con bronca, sí. Pero también con esa lucidez silenciosa que tienen las mujeres cuando entienden que el rechazo es parte del mapa. Fue en el colectivo 132, volviendo a casa, que lo vio: un cartel en la calle que decía que la Fuerza Aérea incorporaba mujeres enfermeras. Liliana lo leyó como si alguien, por fin, la estuviera llamando. Y respondió.
Ingresó ese mismo año. No le dieron el rango que merecía. No le abrieron las mismas puertas que a los hombres. La formaron en otro edificio aun así, se quedó. No por sumisa. Por convicción.
Su familia no lo entendió. No tenían pasado militar, ni uniforme que heredar. Pero Liliana no pedía permiso. Aprendió temprano a moverse sola por pasillos estrechos, con la firmeza de quien ya sabía que su historia no iba a escribirse en voz baja.
Y entonces, la guerra. El 21 de mayo de 1982, con 25 años, pisó las islas Malvinas bajo amenaza de ataque aéreo. Coordinó evacuaciones, sostuvo heridos, cargó cuerpos. No con armas, sino con fuerza. Fue la única mujer militar argentina que estuvo en Malvinas durante el conflicto.
No busca medallas. Ni fama. Pero habla, cuando lo hace, con la serenidad de quien no debe pedir disculpas. Lo dijo con claridad a Mundo Poder: "A Comodoro me mandaron. A Malvinas, yo elegí ir." Esa frase no pide aplausos. Es, simplemente, verdad. Y en los días donde todo se tambalea, la verdad es más rara -y más valiente- que la guerra misma.
Liliana Colino es enfermera y médica veterinaria pero el título más importante lo obtuvo el 21 de mayo de 1982: Fue la única mujer militar argentina que estuvo en Malvinas durante el conflicto.
- ¿Qué te motivó a estudiar enfermería?
Liliana Colino: Todo empezó cuando tenía 15 años. Yo era parte de la Asociación Guías Argentinas -en esa época no existía lo mixto: los scouts eran varones, las guías éramos mujeres-, y para pasar de "Guía del Sol" a "Guía en Caravana" teníamos que hacer una buena acción sostenida en el tiempo. Así que me anoté como voluntaria en el Hospital Durand. Tenía que ir dos horas por semana... pero a las pocas semanas ya iba todos los días. Me fascinó. Me quedaba después de cursar, hasta las ocho de la noche. Los fines de semana iba desde el mediodía hasta que cerraban. Me enamoré del hospital, del trabajo en equipo, del cuidado.
Cuando terminé el secundario, ya estaba decidida a estudiar veterinaria -mi papá es veterinario- pero fue una enfermera jefe del Durand la que me dijo: "Vos tenés que estudiar enfermería, tenés el perfil." Me acompañó, me llevó, me anotó. Y así empecé. Cursaba enfermería de 8 a 16, y veterinaria de 17 a 23. Durante tres años sostuve ese ritmo porque las materias de veterinaria eran teóricas, pero después ya no se podía: tenía que hacer prácticas y me organicé para no llevarme nada. En 1978 terminé enfermería. En febrero de 1980, veterinaria.
- ¿Cómo reaccionó tu familia cuando les dijiste que querías entrar a la Fuerza Aérea?
Liliana Colino: Fue un shock. En mi casa nadie era militar. Mi papá es veterinario, y yo ya me había recibido de enfermera y veterinaria. De hecho, mi idea en ese momento era ser guardaparque y no fue posible.
- ¿Cómo fue el proceso para que te aceptaran en la Fuerza Aérea siendo mujer? ¿Y cómo viviste tu formación militar?
Liliana Colino: Era 1980. Por primera vez la Fuerza Aérea abría sus puertas al ingreso de personal militar femenino. Para muchas era impensado. Para mí, un desafío. Me presenté como profesional de enfermería, hice todo el proceso de selección: el psicofísico en el ISMA, los exámenes de conocimientos, las pruebas de aptitud y las evaluaciones prácticas. Cumplí con todos los requisitos. Ingresé.
Pero desde el inicio se notaba que la institución todavía no sabía muy bien qué hacer con nosotras. La instrucción militar no la hicimos en la Escuela de Oficiales, como los varones, sino en el Hotel Internacional de Ezeiza, un edificio que habían reacondicionado para alojar exclusivamente a las primeras mujeres militares. Hacíamos la formación en las piletas de Ezeiza.
Yo ya tenía el secundario completo y dos títulos universitarios. En cualquier contexto lógico, eso me habría habilitado para ingresar como oficial. Pero no. Me dieron el grado de alférez. Sabía que no era justo. Pero aún así, me quedé. Porque sentía que estar ahí era también abrir un camino para las que vendrían después.
- ¿Dónde estabas cuando estalló el conflicto con Inglaterra? ¿Y cómo se enteró tu familia de tu participación en Malvinas?
Liliana Colino: Cuando estalló el conflicto yo estaba trabajando en el Hospital Aeronáutico Central. El 28 de abril de 1982 me desplegaron a Comodoro Rivadavia, donde funcionaba el hospital reubicable de la Fuerza Aérea, justo al lado de la pista. Era un lugar inhóspito, puro campo, sin comodidades, sin distracciones. Ahí estuve durante 35 días.
En ese contexto, la comunicación con mi familia era mínima. Una vez por semana podíamos hablar por radio. Yo llamaba desde la base, les decía que estaba bien y que seguía en Comodoro. No daba detalles. Ni mencionaba los vuelos. Mucho menos que había cruzado a Malvinas. No porque no confiara en ellos, sino porque sabía que si lo sabían, no iban a poder dormir. Necesitaba protegerlos. Necesitaba protegerme.
Ellos se enteraron recién en 1983, cuando la Fuerza Aérea me entregó un reconocimiento oficial. Hasta ese momento, ni mi madre ni mi padre sabían que había estado en zona de combate. Imagináte el impacto. Mi mamá lloraba, desbordada. "¿Cómo no nos dijiste nada?", me preguntaba. Y yo solo podía decirle: "Mamá, ya pasó. Estoy bien. No se preocupen más."
Pero claro... para ellos no era algo que "ya pasó". Era recién ahí cuando podían dimensionar todo lo que había ocurrido. Todo lo que había callado. Todo lo que había vivido sin que ellos lo supieran. A veces uno oculta la verdad para no angustiar a los demás, para sostenerse en pie cuando todo tiembla. En mi caso, era eso... y también una forma de seguir haciendo mi trabajo sin distracciones, con la cabeza fría. Pero sé que, aunque tardíamente, lo entendieron. Y que a pesar del miedo, estuvieron -y siguen estando- orgullosos.
Colino llegó a Malvinas a bordo del legendario Hércules C - 130, aeronave originalmente diseñada para el transporte, pero que cumplió diversas misiones durante el conflicto del Atlántico Sur.
- ¿Cómo fue tu llegada a Comodoro Rivadavia y tu incorporación a las misiones?
Liliana Colino: A Comodoro Rivadavia me destinaron sin opción, como corresponde en la carrera militar. Me avisaron y fui. No había margen para decidir. Era abril de 1982, y aunque todavía no se había intensificado el conflicto, ya se sentía la tensión en el aire. Me ubicaron en el hospital reubicable de la Fuerza Aérea. A los pocos días de llegar, nos ofrecieron la posibilidad de sumarnos voluntariamente a las tripulaciones de evacuación aeromédica. Y yo, por supuesto, me ofrecí. No lo dudé. Ya tenía experiencia previa en vuelos sanitarios: había hecho evacuaciones en Fokker, en Learjet, incluso había viajado a Brasil y Costa Rica en misiones médicas. Pero esto era distinto. Esto era otra escala. Otra urgencia. Otra amenaza.
Pero cuando se produjo el desembarco inglés, todo cambió. El hospital de Puerto Argentino colapsó. Estaba sobresaturado y necesitaban evacuar heridos con urgencia. Fue entonces cuando me pidieron colaborar en la evacuación aeromédica.
Ese fue el verdadero bautismo de fuego de la sanidad de la Fuerza Aérea. No es que nosotras, las mujeres, no estuviéramos preparadas. Los varones tampoco lo estaban. Nunca se había hecho una evacuación masiva de ese tipo. Era la primera vez para todos. Por eso crucé a Malvinas. Porque el cielo no distingue género, y la urgencia tampoco. Nos subimos a los Hércules e hicimos lo que había que hacer.
- ¿Cómo fue la experiencia del vuelo en el Hércules C-130 y la misión en Malvinas?
Liliana Colino: Uno ahora lo cuenta como si fuera una aventura, pero en ese momento fue una osadía. Una locura. Cuando comenzaron los bombardeos intensos tras el desembarco inglés, hubo que modificar toda la operación sanitaria. El Hércules C-130, un avión enorme y pesado, se convirtió en el puente entre Comodoro y Malvinas. Pero por su tamaño, era también un blanco fácil. Así que para evitar ser detectado por los radares enemigos, volábamos a ras del mar.
Adentro íbamos completamente a oscuras y con silencio de radio absoluto. Cuando llegábamos a Puerto Argentino, el lugar estaba sumido en una oscuridad total. Solo se encendían bochones de fuego, no luces, para no delatar la posición ante el enemigo. Apenas aterrizaba el Hércules, los bochones se apagaban y el avión empezaba a despegar.
La puerta trasera del avión bajaba en movimiento. Mientras tanto, las ambulancias llegaban marcha atrás, con las puertas abiertas, intentando igualar la velocidad del avión para engancharse a la rampa. Todo era sincronía desesperada.
Los heridos que podían caminar se sentaban a los costados del avión. Los más graves, los de camilla, estaban ubicados en el centro, con las camillas engrampadas al piso. Como el avión iba despresurizado para poder volar tan bajo, el movimiento era constante.
En medio de esa escena, yo corría sobre la pista, con los botines pegándose a la turba malvinense, tratando de no tropezar en la oscuridad. Lo único que pensaba era en llegar al avión antes de que se escuchara la orden de despegue. Cuando sonaba la alerta de Harriers en zona, no había margen: el piloto tenía que despegar de inmediato
¿Cómo fue enterarse de que eras la única mujer militar que pisó Malvinas en combate?
Liliana Colino: La verdad es que me llena de orgullo. Pero no por vanidad. Me enorgullece porque sé lo que significa haber estado ahí, en ese momento, en esas condiciones... y haberlo hecho por elección.
Es cierto que hubo otras mujeres en Malvinas, pero fue antes del desembarco inglés. Fueron en misiones diplomáticas, a llevar cartas y transmitir un mensaje de paz. Iban preparadas para hablar en inglés con los kelpers y explicar que Argentina no quería alterar sus costumbres, solo recuperar su soberanía. Pero cuando llegaron, no las dejaron hablar. Subieron y volvieron.
Mi caso fue distinto. Yo fui como militar. Fui como parte de una misión sanitaria en plena zona de combate. Crucé cuando ya estaban los Harrier volando, cuando ya se escuchaban las explosiones, cuando las evacuaciones eran cuestión de vida o muerte. No me mandaron. Yo elegí ir. Eso es lo que marca la diferencia. A Comodoro Rivadavia me destinaron por orden, como corresponde dentro de la carrera militar. Pero a Malvinas fui porque me ofrecí como voluntaria. Y sabiendo todo lo que podía pasar, no dudé.
- ¿Cómo te trató la institución durante el conflicto? ¿Y por qué decidiste darte de baja en 1988?
Liliana Colino: Durante el conflicto, la convivencia con mis compañeros fue impecable. Nunca tuve problemas con ellos. Siempre me trataron con respeto, con compañerismo genuino. En una situación tan extrema como la guerra, eso se vuelve esencial. Uno depende del otro. No hay lugar para prejuicios cuando estás cargando heridos, cuando corrés en medio de la oscuridad, cuando el avión está a punto de despegar con los Harriers encima. Ahí el uniforme, la jerarquía o el género pasan a segundo plano. Lo único que importa es que cada quien haga lo que tiene que hacer. Y yo siempre lo hice.
Pero el problema no fue ese. El verdadero obstáculo fue la institución como estructura, no las personas. La Fuerza Aérea no estaba preparada para nosotras. Nosotras éramos las primeras mujeres militares. No había antecedentes, ni reglamentación, ni voluntad real de integrarnos en igualdad de condiciones. Nos pusieron a prueba, como si tuvieran que ver si "dábamos la talla". No sabían qué hacer con nosotras y, como no sabían, improvisaron con parches. Y esos parches, tarde o temprano, se pagan.
En mi caso, se pagaron con el estancamiento. Después del conflicto, yo seguía teniendo el mismo rango: alférez. Y eso que era la más antigua de mi promoción, y que, según el Código de Justicia Militar, al haber estado en zona de combate, correspondía ascender en la mitad del tiempo reglamentario. Lo reclamé por todas las vías posibles. Hablé con el brigadier Crespo, mandé notas, pedí explicaciones. Me respondieron que, como era la primera vez que se ascendía a una mujer militar, los pliegos tenían que pasar por el Congreso. Que eso se decía para dilatar. Para no hacerlo.
Me cansé de esperar. Entendí que iban a dejar que el tiempo pasara, que iba a cumplir 90 años y seguir siendo alférez. Y entonces decidí irme. En 1988, con todo el dolor, me di de baja. No fue una renuncia emocional. Fue una decisión de conciencia. No podía permitir que por ser mujer me negaran lo que me correspondía. Y nunca me arrepentí. Porque, aunque dejé el uniforme, no dejé mi historia.
Tras haber participado en el conflicto, cansada de la falta de respuestas por parte de los superiores, pidió la baja voluntaria en 1988.
- ¿Tenés contacto con los soldados que trasladaste?
Liliana Colino: No muchos. La mayoría de los soldados que evacuamos pasaban muy poco tiempo con nosotros. El Hospital Reubicable era de tránsito: llegaban, se estabilizaban y luego eran derivados según la fuerza a la que pertenecían. Estaban apenas unas horas, a veces un día. Y todos venían con uniforme de fajina, casco, todos iguales. Eran jóvenes, sí, pero no sabíamos sus nombres. Eran tantos, y el ritmo era tan frenético, que era imposible registrar cada rostro, cada historia.
Pero hubo un caso que me marcó, y que volvió a mí 42 años después. Fue el año pasado. Me habían hecho una nota en Telefe Noticias, y a las 48 horas recibí una llamada que me dejó sin palabras. Era un hombre que me dijo: "Mi nombre es Miguel Alario. Me tomé el atrevimiento de llamar a la producción porque yo soy el soldado que tenía la bota inflable. Hace 42 años que la estoy buscando."
Me contó que, después de ser evacuado, llegó a Campo de Mayo y les decía a todos que lo había atendido una mujer. Y nadie le creía. "Te dieron tanta morfina que estás delirando," le decían. Pero él insistía. Estaba seguro. Me recordaba porque le había hablado con suavidad, con firmeza. Porque en medio de ese caos, había escuchado la voz de una mujer, y eso era algo que no se olvidaba. Pero como en ese momento no se sabía que mujeres militares habían estado en Malvinas, su relato no tenía peso. Era un recuerdo al que todos le ponían en duda.
Hasta que me vio en la tele. Y pudo decir, finalmente: "Ahora les puedo demostrar que no era la morfina."
Fue hermoso, movilizante, sanador. Para él, y también para mí. Porque a veces uno cree que esos rostros se pierden en la memoria, pero hay gestos, palabras, miradas que permanecen. Y cuando vuelven, aunque sea después de 42 años, te recuerdan por qué hiciste lo que hiciste. Que no fue en vano.
- ¿Qué aprendiste de esa experiencia?
Liliana Colino: Aprendí muchas cosas. Profesionalmente fue una experiencia inmensa. Viví situaciones que en ningún manual de enfermería, ni en ninguna sala de terapia intensiva del país, podrían haberme enseñado. Aprendí a actuar en condiciones extremas, sin margen de error, con lo justo, con lo mínimo. A improvisar con criterio, a tomar decisiones rápidas, a leer en segundos lo que un cuerpo necesita.
Pero lo que más me marcó fue otra cosa. Fue entender, de verdad, el valor del trabajo en equipo. Porque en una guerra no hay héroes individuales. Hay compañeros. Y uno depende del que tiene al lado. Literalmente. Cuando vos estás cayendo, cuando te flaquean las piernas, cuando extrañás, cuando el miedo te empieza a apretar el pecho, es el otro el que te sostiene. Y cuando el otro está mal, sos vos quien lo sostiene a él. Esa es la clave. Esa red invisible que se forma en el dolor compartido.
También entendí algo más simple, pero más profundo: que la vida es un minuto. Y ese minuto hay que vivirlo. Hay que elegirlo. Hay que ponerle el cuerpo. Porque no sabés si vas a tener otro. Si lo tenés, buenísimo. Pero si no, al menos sabés que ese minuto lo aprovechaste. Que no lo dejaste pasar.
Después de Malvinas, empecé a vivir con más conciencia del tiempo. No como una urgencia, sino como una decisión. No me quedé con lo que "podría haber hecho", sino con lo que hice, aún cuando nadie lo pedía o nadie lo esperaba. Porque eso también lo aprendí: hay cosas que no se hacen por orden, se hacen por elección.
- ¿Qué pensás del rol de los países vecinos durante la guerra?
Liliana Colino: Fue uno de los aspectos más dolorosos del conflicto. En medio de una guerra, una espera que al menos los países hermanos -los que comparten historia, frontera, idioma, raíces- estén del lado de la soberanía. Que, más allá de los gobiernos de turno, haya un compromiso entre pueblos. Pero no fue así.
Perú fue el único que se la jugó de verdad. Colaboró con lo que pudo, en silencio, con valentía. No lo hizo por cálculo político, sino por convicción latinoamericana. Fue un gesto de hermandad real. Brasil, en cambio, jugó a la ambigüedad. Se declaró neutral, pero esa neutralidad tuvo matices, acomodamientos, silencios demasiado convenientes.
Y Chile... Chile directamente facilitó todo a los ingleses. Le dio soporte logístico, permitió el uso de sus puertos, de sus bases. Sabían lo que hacían. Y lo hicieron igual. Eso fue lo que más me dolió. Fue una traición. Uno no espera eso de un país hermano.
- ¿Cómo es tu vínculo con los veteranos varones?
Liliana Colino: Hoy puedo decir que es excelente. Nos respetan, nos valoran, nos invitan a actos, a encuentros, a espacios donde antes no teníamos lugar. Hoy hay un reconocimiento sincero de parte de ellos. Pero no siempre fue así. Costó muchísimo llegar hasta ahí.
Al principio, cuando empezamos a contar nuestras historias, muchos pensaban que exagerábamos. Que estábamos agrandando lo que habíamos hecho. ¿Por qué?. Porque no nos veían. Porque nuestra participación -la de las mujeres- no fue visible para ellos en el frente. Nosotras estábamos en los aviones, en los hospitales, en los barcos, en la logística, en la sanidad, no con el fusil en la trinchera. Y como el relato tradicional de la guerra se construyó a partir del combate cuerpo a cuerpo, todo lo que no era eso quedaba fuera del relato "heroico" oficial.
Tuvimos que explicar, una y otra vez, que la guerra no es solo combate. Que la guerra también es cargar heridos a oscuras, asistir a soldados quebrados emocionalmente, coordinar evacuaciones médicas bajo fuego enemigo, mantener vivo a alguien durante un vuelo sin luz ni presión. Que la guerra también es logística, abastecimiento, enfermería, contención.
Durante años se nos discutió el lugar de veteranas, incluso en los papeles. Recién en 2012 salió un decreto del Ministerio de Defensa que, con nombre, apellido y DNI, reconocía oficialmente a las mujeres que habíamos estado en zona de conflicto. Hasta entonces, había dudas, desconfianza. Algunas de nosotras tuvimos que soportar que nos dijeran: "¿Mujeres en la guerra?. ¿Dónde estaban ustedes?. Yo no vi a ninguna." Y no, no nos vieron. Pero eso no significa que no estuvimos.
Con el tiempo, cuando escucharon nuestras historias completas, cuando entendieron lo que implicó estar ahí, muchos de esos veteranos se transformaron en nuestros principales aliados. Hoy compartimos espacios, marchas, actos conmemorativos. Hay cariño, hay respeto, y hay una hermandad forjada desde la verdad. Pero para llegar a eso, primero hubo que hacerse ver. Y hacerse escuchar.
- ¿Cómo sentís que ha sido el reconocimiento a los veteranos y, especialmente, a las veteranas de Malvinas?
Liliana Colino: El reconocimiento llegó, sí. Pero llegó tarde. El Congreso recién reconoció a los veteranos en 1992, diez años después de la guerra. Y a las mujeres veteranas, las que realmente estuvimos en zona de conflicto, recién en 2012 nos incluyeron de manera oficial, con nombre, apellido y DNI, en un decreto del Ministerio de Defensa. Hasta ese momento, nuestra existencia era casi anecdótica para el Estado.
Éramos 13 mujeres operativas en total. Seis en el Irízar, seis en buques de la Marina Mercante, y yo, en el Hércules. No fuimos a observar, ni a "acompañar". Estuvimos activas. Trabajamos. Intervenimos. Pero durante muchos años nadie hablaba de nosotras. Y cuando empezamos a contar nuestras historias, lo primero que nos decían era: "Mentira, yo no vi mujeres en la guerra."
Claro que no nos vieron. Las del Irízar solo estaban con los heridos embarcados. Las del Mercante eran parte de la tripulación. Y yo, en las evacuaciones aeromédicas, estaba con el personal herido que podía ver apenas por minutos o en medio de la oscuridad total. Estuvimos, pero no donde los medios, las partes oficiales o los libros querían mirar.
El reconocimiento es necesario. Pero tiene que ser justo, completo y sin demoras. Porque si no llega a tiempo, no es homenaje. Es reparación tardía.
- ¿Qué significa Malvinas para vos hoy?
Liliana Colino: Malvinas, para mí, es una causa que debería unirnos a todos. Es algo que está por encima de las diferencias partidarias, ideológicas, generacionales. No es un reclamo de un gobierno ni de una fuerza armada. Es una causa nacional. Un mandato histórico. Un compromiso con nuestra soberanía, con nuestra memoria y con el futuro.
Por eso, siempre que hablo del tema, evito mezclarlo con política partidaria. No porque no tenga una opinión -la tengo, como todos-, sino porque cuando se politiza Malvinas, se la achica. Se la usa. Se la reduce. Y Malvinas no merece eso. Malvinas tiene que ser una política de Estado, transversal, permanente, sostenida en el tiempo y transmitida con convicción desde las escuelas hasta los foros internacionales.
Además, hay algo que repito siempre cuando voy a dar charlas a escuelas, jardines, universidades: los jóvenes tienen que saber. Tienen que conocer la historia real, sin adornos ni omisiones. Tienen que entender qué pasó, porqué pasó, y qué está en juego. Porque algún día, ellos serán los que estén en lugares de decisión. O los que elijan a quienes deciden. Y si no saben, si no entienden lo que Malvinas significa, entonces volveremos a cometer los mismos errores.
Malvinas no es solo el recuerdo de una guerra. Es una deuda. Es una herida abierta. Es una enseñanza. Y también, aunque parezca contradictorio, es una esperanza. Porque todavía creo que algún día, con inteligencia, con diplomacia y con unidad, vamos a recuperar lo que legítimamente nos pertenece.
- ¿Cómo malvinizás hoy?
Liliana Colino: Malvinizo todos los días, y lo digo con orgullo. Voy a jardines, primarias, secundarias, universidades, a escuelas rurales, a barrios, a pueblos. Recorro el país con mi historia al hombro, pero no para hablar de mí, sino para que los chicos y las chicas entiendan que Malvinas no es solo el pasado. Es el presente. Y sobre todo, es el futuro.
A veces me preguntan por qué lo hago. Por qué sigo yendo, hablando, contando lo mismo una y otra vez. Y la respuesta es sencilla: porque todavía hace falta. Porque hay generaciones enteras que no saben que hubo mujeres en la guerra, que no saben qué pasó con los veteranos cuando volvieron, que no entienden por qué seguimos reclamando por unas islas que muchos consideran "pérdidas".
Malvinizar no es repetir fechas. Es explicar por qué esas islas son estratégicas, por qué están vinculadas a nuestra soberanía, a nuestros recursos naturales, a nuestra proyección en el Atlántico Sur, en la Antártida, en el mundo. Es hablar de lo que nos pertenece.
Yo sé que, muchas veces, me llaman para hablar porque soy mujer. Porque llama la atención que una mujer haya pisado Malvinas durante el conflicto. No me molesta. Al contrario. Aprovecho esa visibilidad para contar lo que otros no cuentan. Para decir que la guerra no es solo el combate, sino también la logística, la contención, la evacuación, el trabajo invisible. Y sobre todo, para sembrar conciencia.
Si mi voz sirve para que un chico, una chica, entienda que Malvinas no es solo una cuestión de mapas, sino de identidad y de justicia, entonces mi misión sigue en pie.
- Si tuvieras que resumir en una frase lo que aprendiste de Malvinas, ¿cuál sería?
Liliana Colino: Aprendí a vivir de otra manera.
Después de Malvinas, nunca más volví a ver la vida con los mismos ojos. Porque cuando estás en una guerra, cuando ves heridos que quizás no lleguen al final del vuelo, cuando corrés sobre una pista, entendés que cada minuto es un privilegio. Y que ese minuto hay que vivirlo con sentido, con coraje y con conciencia.
Pero también aprendí algo más crudo, más difícil de aceptar: que la guerra la deciden los políticos, la pelean los militares y la sufren los civiles. Esa es la realidad. Ningún militar quiere ir a una guerra. Nadie se levanta queriendo matar o morir. Pero cuando las decisiones se toman desde un escritorio, otros son los que ponen el cuerpo. Y muchas veces, los que más pierden ni siquiera empuñan un arma.
Por eso, cuando digo que aprendí a vivir de otra manera, no es solo en lo personal. Es también en lo colectivo. Aprendí a cuestionar, a no callarme, a malvinizar. A contar lo que pasó y cómo fue. Sin adornos, sin censura, sin romantizar nada.
Malvinas me dejó cicatrices, sí, pero también convicciones. Y hoy puedo decir que vivo con los pies en la tierra, la frente en alto. Porque elegí estar ahí. Y sigo eligiendo no olvidar.
Casi al finalizar la entrevista Liliana nos dio una primicia: su historia llegará a la pantalla grande. Con emoción, pero también con precaución, contó que se está produciendo una película inspirada en su vida y que será interpretada por la actriz Eva De Dominici. Sin embargo, dejó en claro que puso una condición fundamental: "Pedí que aclaren que es una ficción basada en hechos reales. Porque viste que en las películas siempre cambian cosas, y yo no quiero quedar involucrada en una mentira." Liliana no quiere heroísmos inventados ni licencias que tergiversen lo vivido. Quiere que la memoria se honre con verdad, porque lo que hizo no necesita adornos.
Liliana Colino no necesitó que le ordenarán ser valiente. Ya lo era. No por protocolo ni por medallas, sino con esa valentía profunda de las mujeres que eligen dar un paso al frente cuando todas las estructuras -militares, políticas, históricas- esperaban que se quedarán atrás. Por eso, mi corazón rebosa de gratitud por haberme concedido esta entrevista. Ojalá ustedes la hayan sentido y valorado tanto como yo.
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