27/05/2024
En 26 años en el cargo se gano la adhesión de los musulmanes, cuando visitó Líbano, Egipto, Jordania y Siria. Despertó también el cariño y la comprensión de los judíos, al visitar la sinagoga de Roma para orar junto con sus "hermanos judíos", como él los llamaba. Además, tuvo el inusual valor de pedir perdón por algunas injusticias cometidas en otros siglos.
Por
José Narosky
"No espero nada del hombre. Pero mucho, de algunos hombres".
Corría el año 1929. En una ciudad de Polonia, en Cracovia, un muchacho de 14 años estaba jugando un partido de fútbol, que para él era muy importante.
Era una final de un torneo regional y a los ganadores los premiarían con un viaje de tres días a Varsovia, la capital de Polonia, ciudad que él y varios de sus humildes compañeros de equipo, no habían visto nunca ya que esta ciudad, Varsovia, queda muy lejos de Cracovia.
Además, se completaría el viaje con paseos y otras diversiones, razón por la cual, tanto él como sus compañeros deseaban fervientemente la victoria.
El muchacho, que se llamaba Karol. había perdido a su madre a los nueve años -repito que tenía 14 en ese momento- y era el arquero del equipo.
.El partido estaba finalizando empatado. En ese caso para su institución, era un triunfo, porque tenía un punto de diferencia en la tabla.
Sobre la hora, en una jugada confusa, Karol, el arquero, aprisionó la pelota arrojándose al suelo.
Los adversarios argumentaron que el balón había pasado la línea del arco y que por ello era gol, con lo que el equipo de Karol, hubiera perdido el partido y por ello el viaje.
Pero el árbitro manifestó que no había sido gol, agregando: "no me reclamen. Porque el arquero frenó la pelota, justo sobre la línea".
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Y aquí lo insólito. El joven arquero se acercó al juez y le dijo:
-Fue gol, señor. Cuando la detuve, la pelota ya había transpuesto la línea. Ud. estaba tapado y por eso no pudo ver bien.
Esa actitud del joven Karol no le cayó nada bien a sus compañeros, que por ello, empatando el partido, perdieron el viaje a Varsovia, que era el premio.
En cambio él estaba sereno. Sabía que su conciencia le quitaría todo premio inmerecido.
Estaba mostrando tempranamente su nobleza interior. Tan es así, que 44 años después con 58 de edad Karol, que era nada menos que Karol Wojtila, era elegido Papa con la denominación de Juan Pablo II.
En 26 años en el cargo se gano la adhesión de los musulmanes, cuando visitó Líbano, Egipto, Jordania y Siria.
Despertó también el cariño y la comprensión de los judíos, al visitar la sinagoga de Roma para orar junto con sus "hermanos judíos", como él los llamaba. Además, tuvo el inusual valor de pedir perdón por algunas injusticias cometidas en otros siglos.
Y encontró igualmente el respeto y la amistad de los evangelistas, tendiéndoles la mano y tratando de suavizar y aceptar las diferencias.
Todo esto se suele denominar ecumenismo, pero me voy a permitir darle otra acepción a este acercamiento. La llamaría comprensión.
Porque Juan Pablo II entendió -por su nobleza de alma- que la mejor forma de respetar a Dios, era respetar a todos sus hijos.
Entendió que las religiones acercan hombres, pero que solo la comprensión los une.
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No le fue fácil su pontificado.
Cuando asumió, en 1978, los gobiernos de Occidente se enfrentaban con el bloque soviético.
En el Líbano se desarrollaba una feroz Guerra Civil.
En nuestro país del que este sacerdote, siempre se sintió espiritualmente próximo, el problema del Canal de Beagle, nos acercaba peligrosamente a la Guerra con Chile.
Ese conflicto no se produjo, felizmente, en buena parte por su intervención.
Fue además, el primer pontífice no italiano, en más de cuatro siglos y dejó para siempre el sello de su energía y de su incansable lucha por el acercamiento del hombre con su hermano hombre.
Falleció en 2005. Incluso en las últimas semanas de su vida, transcurridas entre internaciones, traqueotomías y otros sufrimientos físicos, tuvo el temple -y la necesidad espiritual- de asomarse a la plaza de San Pedro para saludar a sus fieles.
Ya su garganta casi no le permitía emitir palabra alguna, pero su corazón lo impulsaba.
Tenía, al fallecer, 84 años, durante los cuales, como en aquel partido de fútbol de su adolescencia, mostró sobre todas las cosas, "hombría de bien".
Y un aforismo final
"Hay hombres que hacen el bien, por necesidad vital".
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