30/01/2025

opinion

La resistencia LGBTQ+ ante el odio y la pedofilia retórica

Las calles de Buenos Aires se preparan para estallar en una manifestación masiva contra el odio y la exclusión. Frente a un presidente que descarga su furia contra feministas, diversidades sexuales, migrantes y militantes de izquierda, las organizaciones sociales que representan a los grupos vulnerados se alzan para enfrentar su retórica incendiaria y defender un futuro donde la justicia, la equidad y la diversidad triunfen sobre el autoritarismo.

Por
Melina Schweizer

La creciente polarización social en Argentina ha encontrado su epicentro en las recientes declaraciones y medidas del presidente Javier Milei. Mientras su discurso se presenta como una defensa de la "libertad individual" frente a la "imposición de las élites globales", las políticas propuestas por su gobierno revelan profundas contradicciones: eliminan derechos conquistados, vulneran a sectores históricamente marginados y refuerzan estructuras de exclusión. Esta tensión no solo ha generado indignación, sino que ha impulsado una movilización social sin precedentes.

El próximo 1º de febrero, movimientos sociales y organizaciones se congregarán en una marcha nacional antifascista y antirracista, desde el Congreso hasta la Plaza de Mayo, para oponerse a la agenda regresiva de Milei. Este megaproyecto de reformas incluye la derogación de los cupos laborales para personas trans y con discapacidad, la eliminación de los cupos femeninos para candidaturas políticas, la descontinuación del DNI no binario y la eliminación de la figura de feminicidio del Código Penal. Estas medidas, justificadas bajo la consigna de combatir "privilegios", desmantelan derechos fundamentales y consolidan desigualdades estructurales.

El niño maltratado convertido en antihéroe

Milei ha hablado públicamente sobre los abusos físicos y emocionales que sufrió durante su infancia, describiéndolos como episodios traumáticos que marcaron su vida. Este pasado, lejos de ser procesado y transformado en empatía hacia los sectores vulnerados, parece haber sido trasladado a su discurso y a sus políticas. Desde un análisis psicológico, es posible interpretar que su fijación con castigar a feminismos, diversidades sexuales, migrantes y militantes de izquierda responde a una proyección inconsciente de sus propios traumas. En lugar de confrontar esas heridas, Milei parece canalizar su resentimiento castigando a quienes no encajan en su rígida visión del mundo.

Esta dinámica lo convierte en un antihéroe: una figura que, en lugar de liderar con compasión y construir un espacio inclusivo, perpetúa el castigo y la exclusión. Su discurso polarizador y punitivo no sólo refleja las cicatrices de su pasado, sino que también refuerza jerarquías y desigualdades estructurales, consolidando un modelo autoritario disfrazado de libertad.

La obsesión con la pedofilia: una contradicción inquietante

Un elemento recurrente y perturbador en los discursos de Milei es su insistencia en utilizar la pedofilia como una herramienta retórica. Sus declaraciones, como cuando afirmó que "el Estado es el pedófilo en el jardín de infantes, con los niños encadenados y embaselinados", no solo son grotescas y deshumanizantes, sino que revelan una contradicción profunda: si el Estado es el pedófilo y él es su máximo representante, ¿no lo convierte eso, bajo su propia lógica, en el "pedófilo mayor"?

Este tipo de afirmaciones no buscan combatir el flagelo real de la pedofilia, sino desviar el debate público hacia un terreno emocional y sensacionalista. Además, esta obsesión retórica plantea preguntas legítimas: ¿qué impulsa a Milei a recurrir constantemente a este ejemplo? ¿Por qué utiliza una problemática tan grave para reforzar su narrativa de ataque contra feminismos y diversidades sexuales, en lugar de proponer políticas concretas para proteger a la infancia? Su falta de acciones específicas en este ámbito evidencia que su interés por el tema es meramente discursivo y no refleja un compromiso real con los derechos de los niños.

El desprecio hacia la izquierda y los "zurdos de mierda"

Milei no se detiene en sus ataques al feminismo, a las personas homosexuales o a los migrantes. También utiliza un lenguaje vulgar y despectivo para referirse a los militantes de izquierda, llamándolos "zurdos de mierda". Este tipo de expresiones no solo degrada el debate político, sino que también fomenta la polarización y la violencia simbólica. Al posicionarse como un líder por encima del resto, desdeña cualquier perspectiva que no se alinee con su visión, negando el pluralismo que debe caracterizar una democracia.

Su insistencia en castigar a sectores vulnerables y proyectar superioridad moral y estética, ligada al "complejo de Narciso", lo posiciona como un líder que se desconecta de la realidad cotidiana de quienes sufren las consecuencias de la crisis económica. En lugar de abordar las tensiones dialécticas desde una perspectiva transformadora, su discurso y sus políticas perpetúan el ciclo de exclusión y conflicto

La marcha como resistencia organizada

La movilización antifascista y antirracista no solo es un acto de rechazo al discurso de Javier Milei, sino también una afirmación de valores fundamentales como la equidad, la justicia social y la diversidad. Frente a un gobierno que propone eliminar derechos conquistados con décadas de lucha, y un discurso que estigmatiza a colectivos históricamente marginados, la marcha simboliza algo más profundo que una protesta: es un grito colectivo de resistencia y una reivindicación de los principios que sostienen una sociedad democrática e inclusiva.

Uno de los elementos más preocupantes del discurso presidencial es su intento de vincular la homosexualidad con la pedofilia, una acusación que no solo es infundada, sino profundamente dañina. Este tipo de retórica no sólo desinforma, sino que alimenta prejuicios y fomenta el odio hacia personas LGBTQ+, perpetuando estereotipos que ya deberían haber sido desterrados. Ser homosexual no te hace pedófilo. Estas son dos realidades completamente separadas, y cualquier intento de relacionarlas responde a una estrategia de manipulación emocional que busca justificar políticas discriminatorias. Ante este panorama, la comunidad LGBTQ+ se alza con fuerza, dejando claro que no está dispuesta a volver al clóset, ni a ceder el terreno conquistado a base de lucha y sacrificio.

En este contexto, la movilización cobra una relevancia aún mayor. Es una respuesta colectiva que no solo rechaza la retórica de odio, sino que también educa y sensibiliza a la sociedad. Al tomar las calles, los movimientos sociales están reafirmando que la diversidad sexual es una parte legítima e integral de la humanidad, y que no puede ser utilizada como chivo expiatorio para perpetuar desigualdades ni justificar ataques contra los derechos humanos. La comunidad LGBTQ+ se planta firme frente a las políticas regresivas, demostrando que su existencia, identidad y derechos no están sujetos a negociación ni a los caprichos del poder.

Además, esta marcha pone en el centro del debate algo esencial: los derechos conquistados no pueden ser arrebatados sin que las comunidades afectadas se levanten en resistencia. Las políticas de Milei, que buscan eliminar los cupos laborales para personas trans y con discapacidad, descontinuar el DNI no binario, eliminar los cupos femeninos para candidaturas políticas y suprimir la figura de feminicidio del Código Penal, son un intento descarado de borrar los avances logrados en la lucha por la equidad. Pero cada derecho arrancado con esfuerzo y dolor es también una semilla de resistencia. Las comunidades afectadas no sólo están dispuestas a defender lo conquistado, sino a demostrar que estos derechos no son concesiones, sino logros fundamentales que reflejan el progreso hacia una sociedad más justa. La comunidad LGBTQ+, en particular, deja en claro que no aceptará retrocesos y que nunca volverá a las sombras, porque su visibilidad es su mayor acto de resistencia.

La movilización, por tanto, no es solo un acto de oposición al gobierno actual, sino una expresión viva de que las comunidades históricamente vulneradas tienen voz, fuerza y organización para defender sus derechos. Enfrentan la retórica de odio con una narrativa de esperanza y transformación, dejando claro que cualquier intento de retroceder en términos de igualdad será resistido con firmeza. No se trata sólo de derechos legales, sino de un derecho existencial: a ser, a existir y a vivir sin miedo.

En definitiva, esta marcha no es solo un rechazo al odio y la exclusión, sino también una declaración de principios: que la equidad, la justicia social y la diversidad no son negociables, y que una sociedad verdaderamente libre y democrática solo puede construirse cuando todas las voces son escuchadas y todos los derechos son respetados. Frente al retroceso y la estigmatización, la resistencia organizada sigue siendo la herramienta más poderosa para construir un futuro más inclusivo, donde ser homosexual no sea motivo de señalamiento y donde los derechos logrados sean reconocidos como pilares fundamentales de la sociedad. Sobre todo, es un mensaje contundente de que nadie volverá al clóset, porque la lucha por la dignidad y la libertad ha llegado demasiado lejos como para dar un solo paso atrás.

Una sociedad en constante pugna

Una sociedad en tensión dialéctica es aquella que vive en un constante enfrentamiento entre fuerzas opuestas, donde las contradicciones estructurales no solo son visibles, sino que también son el motor de transformaciones y crisis. En el contexto argentino actual, esta tensión se encuentra amplificada por una crisis económica global, marcada por el aumento de la inflación, la pobreza y la desigualdad. Bajo el gobierno de Javier Milei, estas tensiones han adquirido nuevas dimensiones, debido a un discurso polarizador y políticas regresivas que generan conflictos entre los ideales proclamados y los impactos reales sobre la población.

La dialéctica enseña que el cambio social surge de las contradicciones internas de un sistema. En Argentina, estas contradicciones son especialmente evidentes. Por un lado, el gobierno de Milei promueve un discurso centrado en la "libertad individual" y la "reducción del Estado". Por otro, la implementación de sus reformas -como la eliminación de cupos laborales para personas trans y con discapacidad, la desaparición del DNI no binario y la supresión de la figura del feminicidio- no solo despoja a sectores vulnerables de sus derechos conquistados, sino que profundiza las desigualdades estructurales que mantienen a gran parte de la población en la pobreza.

La tensión dialéctica no se limita al plano político. La crisis económica global actúa como un catalizador, exacerbando las condiciones de precariedad laboral, inflación y exclusión social. En este marco, las políticas de Milei reflejan una contradicción central: aunque proclama haber reducido la pobreza y la indigencia, esta disminución ocurre en un contexto donde más del 78% de los hogares tienen dificultades para cubrir sus necesidades básicas. La mejora en ciertos indicadores, como la reducción de la pobreza del 45,2% al 34,8% en 2024, es insuficiente frente a la persistencia de un sistema donde la informalidad laboral, los bajos salarios reales y la falta de inversión en infraestructura social perpetúan la vulnerabilidad.

La crisis económica global ha dejado una marca profunda en la estructura social argentina, donde la pobreza y la desigualdad son las manifestaciones más evidentes de las tensiones dialécticas. Según las cifras más recientes, si bien la pobreza disminuyó levemente en los últimos meses, sigue afectando al 34,8% de la población. Más preocupante aún, gran parte de esta mejora responde a ajustes y recortes que, en el largo plazo, podrían agudizar las desigualdades estructurales.

La reducción de la inflación, aunque indispensable, no es suficiente para resolver las contradicciones de fondo. La mitad de los asalariados registrados perciben ingresos por debajo de la línea de pobreza, mientras que los empleos informales y precarios se multiplican. Esta realidad muestra que, aunque la economía puede estabilizarse en ciertos aspectos macroeconómicos, la desigualdad social sigue siendo una constante, reflejando la falta de políticas inclusivas que promuevan el desarrollo a largo plazo.

Y frente a quienes se creen superiores, la comunidad responde con firmeza: la verdadera fuerza no radica en el ego, sino en la capacidad de construir una sociedad donde quepan todas las voces.

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