18/03/2025
Por
Matías Frati
Mientras el Gobierno redujo los aranceles a la ropa importada, las empresas fabricantes argentinas pusieron el grito en el cielo. Pero a la discusión de "importados sí o importados no" le falta una mirada fundamental: el consumidor argentino que paga dos veces lo mismo que un europeo o norteamericano por el mismo producto.
La ropa tiene precios elevados en la Argentina, más que en otros países de la región, incluso si se la compara con Estados Unidos y Europa, donde las marcas suelen tener valores -en dólares o euros, respectivamente- por la mitad de lo que se pagaría la misma prenda en nuestro país.
Por eso el Gobierno anunció la apertura de la importación de prendas textiles con reducción de aranceles, basado en la teoría que el ingreso de productos terminado podría hacer disminuir el precio de los que ya se venden en la Argentina. Una idea que funciona en los manuales económicos pero que debe ser cotejada en la realidad.
Desde el sector industrial se oponen a dicha resolución oficial. Condenaron la decisión de abrir la importación sustentados en la premisa que tendrá un impacto importante en el trabajo que ofrecen las pymes nacionales y que repercutiría negativamente en el entramado social del país.
Sin embargo, hay una pata de la mesa que se queda corta: los consumidores. La gente que no puede comprar la ropa que necesita porque los precios están por las nubes. Y frente a la difícil elección de "comer o vestir" la mayoría toma la primera de las variables. Aunque resulte la segunda tan necesaria como la anterior.
El Gobierno de Javier Milei redujo los aranceles a la importación de ropa bajo el argumento de que esta decisión podría disminuir el precio de las prendas en el mercado local.
Bolsillo familiar
A nadie escapa, verdaderamente, que comprar ropa en nuestro país es doblemente difícil para cualquier familia con niños en edad escolar, donde los productos se deterioran y rompen por la exigencia del uso que se le da en determinados momentos de la vida, como cuando se es niño o adolescente.
En ese marco, los padres sacan cuentas antes de comprar. Evalúan si les conviene esperar a que "pase la tarjeta de crédito" o aguardar alguna promoción bancaria que amortigüe el impacto que tiene el rubro "indumentaria y calzado" en la canasta familiar, que casi nunca se llega a completar.
Y para colmo de males, al final de cuenta se dan por enterados que las supuestas promociones que creían tomar estaban infladas, porque los negocios elevan los precios para obtener una mejor ganancia apalancados con las propuestas que hacen los bancos para acercar más compradores a sus escaparates.
Pero si de precios se trata, veamos estas simples comparaciones. Un par de zapatillas Vans KNU que en España cuestan 90 euros en la Argentina se venden a 240.000 pesos. El doble del precio que una familia española abona por ese bien para cualquiera de sus hijos que las necesita para el uso diario.
Y eso no es todo: para un salario español de un trabajador sin antigüedad y sin experiencia, que cobra 1.255 euros el precio tiene un impacto que no llega al 8% del ingreso mensual, mientras que para un argentino que cobra 730.000 pesos esas mismas zapatillas tienen un impacto del 30% en su paga del mes. Una locura.
A modo de referencia: la compra de un par de zapatillas en Argentina podría significar hasta el 30% del salario de un trabajador, lo que revela los elevados precios del calzado en el mercado local.
Versión de los industriales
No obstante, la Federación de Industrias Textiles Argentinas (FITA) emitió un comunicado en el que manifiesta su "profunda preocupación ante el anuncio del Gobierno Nacional sobre la reducción de aranceles para la importación de indumentaria y calzado".
Evidentemente, la entidad cuida de sus asociados y su nicho, pero confirma la premisa mayor de que no hay quien cuide de manera efectiva por la gente de a pie. Entonces, como no lo hay, perfectamente cabe preguntarse si no debiera ser esa una de las misiones del Estado frente a la desigualdad de los actores.
Al respecto, los industriales alertaron que "sin una estrategia integral que contemple la mejora de la competitividad sistémica de la industria local, esta medida puede comprometer seriamente el empleo, la producción y el desarrollo de la cadena de valor textil en Argentina".
La postura sentada por la entidad textil responde a la decisión del Ministerio de Economía de que los aranceles de ropa y calzado se reduzcan de 35% a 20%; los de telas pasen de 26% a 18%; y los de distintos hilados bajen de 18% a 12, 14 y 16%.
Siempre desde la visión corporativa, podría caerse en la tentación de admitir que la FITA tiene razón. Pero no es el único player en este tablero, donde también hay que decir que, durante años, las empresas del sector tuvieron el privilegio de no tener que competir con productos importados de manera directa.
Así las cosas, queda en el aire la sensación de que -si la importación sirve para bajar precios internos- se hace algo de justicia a favor de los que no llegan a comprar lo que necesitan. Porque no hay nada más doloroso para un padre o una madre que ver sufrir a sus hijos ante necesidades básicas insatisfechas. Y la indumentaria está dentro de lo que son esas necesidades básicas de las familias.
Debería el empresariado del sector tener algo más de sensibilidad y empatía por los que menos acceso a sus productos tienen, mejorar la calidad de los mismos, hacer eficientes las líneas de producción y lograr un equilibrio entre precio y calidad que atienda las necesidades de mercado interno. Y si los productos son tan buenos como se presume, pues que compita cara a cara con los extranjeros y si son mejores que se exporten, para generar otra marca argentina digna de reconocimiento en el planeta.
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