27/09/2024
Alan Turing falleció en 1954, envenenado con cianuro. Siempre creyó que las máquinas piensan.
Por
Pedro Solans
Aunque
no existen certeza sobre lo que se relata en este apartado, ya que nadie podría
confirmar la veracidad de los hechos que se describirán, aparentemente Alan
Turing habría entregado, en 1950, sus "códigos para los seres desconectados de
la Inteligencia Artificial." Eran detectores de agentes sin forma que mutan a
control remoto. Probablemente sus hallazgos no fueron comprendidos en ese
momento, no solo por haber sido formulados a destiempo, sino también por hacer
referencia a proyectos aeroespaciales que, lo que es peor, quizás tampoco ahora
lleguen a comprenderse en profundidad, pues para mucha gente no pasan del
estatus de delirio. No obstante, a pesar de la incredulidad de muchos, y a
riesgo de pisotear la tan preciada cordura, es necesario contar acerca de los
conocimientos de Alan Turing.
Los
rastreadores dirigidos por Turing expandían espacios en el universo, eliminando
ocupaciones. El hallazgo fue revolucionario y Alan estuvo muy cerca de
descubrir la fórmula de Dios. Su descubrimiento permitió ubicar seres con
precisión nanométrica en lugares determinados y con sus respectivas
naturalezas.
La
caja negra que utilizó nunca fue hallada, aunque se la buscó hasta el
cansancio. Para la comunidad científica no es más que un mito y se descree que
haya dejado algo valioso fuera de la Universidad de Mánchester. No obstante,
los científicos admiten la existencia de una compleja proteína diseñada 3.000
años antes de Cristo, que increíblemente llevaría la autoría de Turing.
¿Cómo
se entendería esto? Aparentemente, a espaldas de la ciencia oficial, habría
intervenido con sus algoritmos para desnaturalizar la cadena de aminoácidos,
rompiendo, además, con el tiempo y el espacio.
Con su
aporte fue posible diseñar diversos entes, como virus y sus correspondientes
cepas, y fueron varios los países que aprovecharon sus hallazgos mientras los
ingleses estaban distraídos saqueando muertos y condenando homosexuales.
Los
códigos estuvieron al alcance hasta de quienes se hurgueteaban los oídos con el
dedo meñique, se introducían el índice en las narices, o se chupaban los dedos.
Es decir, al alcance de cualquiera.
La
dinámica de trabajo de un hombre caótico como Turing fue compleja. Sus estudios
le hacían hervir la sangre. Sabía que provocaría situaciones irreversibles
donde millones de seres humanos engrosarían la papelera de una nueva realidad.
Presintió una revolución a la inversa. Vislumbró el peligro.
La
caída del imperio de los fósiles y su jugo, su oro negro, podría ser peor que
la caída de Alejandría con la peste de Cipriano en la segunda mitad del siglo
III. El derrumbe del impostor de la democracia perversa podría ser más
calamitoso que el desbande que produjo la viruela en Roma, porque la estampida
involucraría al planeta y a todos sus
satélites.
Turing sostenía que había que comunicar urgentemente todo
esto, de la forma que fuera, antes de que invadieran los innombrables. Alentaba
a no perder oportunidades. "Las conexiones nos mantendrán vivos", escribió,
apurado por sus debilidades. Creía que se debía pelear por el espacio, no tanto
por el tiempo, aunque consideraba a ambos como exabruptos del humor de Dios. De
joven los combatió y reclamó a viva voz su destrucción. Sin embargo, antes de
suicidarse aceptó conversar con ellos, tal vez porque nunca en su vida fue
capaz de obviarlos. Los sintió condensarse en el
cuerpo, sintió al tiempo marcar el ritmo de su entrecortada respiración y pensó
que, mientras conservara el aliento, existirían a su pesar. Hasta para morir
debía pedirles permiso. El suicidio sólo era posible por ellos.
La
máquina de Turing fue expropiada. Pasó por varias manos hasta que terminó
gerenciada por el picarón, mentiroso y simpático Bill Gueit, quien se
disfrazaba de filántropo cada vez que avanzaba sobre el Cosmos. Era el gurú de
su propia fabricación y vocero oficial de lo que se venía.
Las
nuevas y asombrosas tecnologías que desarrollaron sus empresas, basadas en las
viejas y profundas desigualdades, iban a ser determinantes en el próximo
holocausto.
Bill
Gueit no se cansó de decir "los amo" mientras sus soldados extirpaban cerebros.
No
olvidemos que los restos de Morcom fueron cenizas esparcidas en el aire de
Londres y ya no existían, en tanto que Bill digitaba todo desde los Estados
Unidos. Hay diferencia con la Amberes de la Edad Media. En la tumba de Morcom,
alumnos de matemática y física escribieron: "Alan, Alan, Alan, luz que se cuela
por la grieta de muros que ya no están, y dibuja letra por letra los mensajes
de las palomas que vuelan en pantallas de colores. La espontaneidad no dejará
de florecer y la física seguirá explicando conductas diversas".
Turing
habló por última vez en 1952 sobre lo que había descubierto. En la revista de
la Sociedad Real londinense se preguntó con desfachatez cómo podía ser que
nadie se diera cuenta de lo que iba a ocurrir. En papeles hechos de aire
escribió:
"El
embrión esférico avanzó en formas complejas y, como un virus, navegó por el
aire al hombro de un huésped y se convirtió en millones de células dañadas. El
supuesto origen está en las repeticiones de ciertos códigos en las generaciones
posmilénicas".
Denominó
"morfógeno" a su idea productora, sin ánimo de otorgarle un significado exacto,
y de la misma manera lo hizo con los genes, con los virus y con las hormonas.
Ensayó la simulación de un ordenador de patrones para mostrarlos en
convulsiones, y también demostró cómo podría detener una pandemia, una guerra o
un exterminio.
Es
cierto que fue un hombre sensible, débil y con una salud deteriorada, pero
ofreció su alma antes de que lo saquearan, cedió sus conocimientos para
reordenar largas cintas de aminoácidos y sus glucosas, y salvar así a los
condenados.
Si
volviera, es muy posible que desconfiara de quienes ejercen el control; quizás
guardaría silencio ante los cerebros escondidos en noticias distorsionadas.
Recordaría la sospecha que encarnó después de las grandes guerras, y también
los sufrimientos que produjo la ira por ciertas ideas.
Sus
discípulos recuerdan la poesía ilegible de su alma, y la comparan con esas
locuras que se inflaman detrás de los errores y de las hormonas foráneas.
Sufría mucho cuando veía cómo los soldados masacraban seres sufrientes y
disparaban armas pesadas a diestra y siniestra con el pretexto de matar virus
en el aire. Lloraba por las detenciones a mansalva, ordenadas por policías que
buscaban cargas virales en la vía pública. Se indignaba con las sentencias de
los jueces, y sentía impotencia ante las internaciones de seres indefensos en
nosocomios inhumanos, ante las recetas médicas insensatas, ante las
producciones industriales de la nada, cuyo único objetivo era robustecer los
poderes oscuros.
Sufrió
también el agobio burocrático de las bancas, las amenazas de las deudas y el
mote de deudor. Sufrió cuando lo apuntaban con el dedo acusador por no cumplir
al pie de la letra con el sacrificio inútil de los reglamentos escolares, con
los caprichos de los enseñadores de las buenas costumbres, que consagraban
méritos y castigaban diferencias.
Sudó
sangre cuando se enteró de que a su madre le habían robado la niñez desde que
tuvo que salir a trabajar a los seis años; y se volvió loco al ver cómo también
le robaban la vejez, a los setenta y cinco años, cuando le confiscaron sus
pocos ahorros.
Se
perdió en su soledad y anduvo a la bartola, ostentando la generosidad de los
demonios.
COMPARTE TU OPINION | DEJANOS UN COMENTARIO
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.