12/02/2025

Mundo

Turkmenistán, el país que desterró el Covid por decreto

Estudiantes y empleados públicos recibían una taza de la infusión antes de comenzar sus jornadas

Por
Pedro Solans

En Turkmenistán, el Covid-19 fue oficialmente prohibido. Su entrada al país fue denegada y todas las aduanas -aéreas, marítimas y terrestres- se mantuvieron en alerta máxima.

El entonces presidente, Kurbanguly Berdymukhamedov, actuó con celeridad, desterrando el virus mediante un decreto. La razón, según fuentes no oficiales, era su presunta «pedantería» y su relación con «misterios de los poderosos» que, según el mandatario, buscaban subyugar a los pueblos del mundo.

La prohibición se extendió a todo el territorio, incluyendo el infame pozo de Darvaza, conocido como la «Puerta del Infierno». Este cráter, ardiendo desde la década de 1970 tras un error de prospección soviético, no fue considerado un lugar apto para el virus.

El nombre «Covid» fue borrado de los documentos informativos en hospitales y escuelas. En su lugar, las hierbas medicinales promovidas por Berdymukhamedov se promocionaban como purificadoras del aire en Asjabad, la capital. Los enfermos, según la propaganda oficial, sanaban «de palabra o en silencio».

Durante la incertidumbre global del 2020, la yuzarlik (una hierba local) se convirtió en la panacea oficial, alcanzando precios exorbitantes. Se promocionaba como un preventivo y cura para todo tipo de enfermedades, incluso las del futuro. Su poder curativo se consideraba «todopoderoso, infinito y divino».

Berdymukhamedov ordenó el consumo de yuzarlik en ayunas para fortalecer la resistencia. Estudiantes y empleados públicos recibían una taza de la infusión antes de comenzar sus jornadas. Los «elegidos del pueblo» almacenaban grandes cantidades de la hierba para casos graves.

A pesar de estas medidas, Asjabad, la «ciudad blanca», continuaba sintiendo los efectos de la pandemia, aunque silenciados por el régimen. Berdymukhamedov prometió proteger la ciudad de «males occidentales» infiltrados por «el maligno», incluso amenazando con la pena capital a cualquier «peste foránea» que intentara aprovecharse de los recursos del país, rico en gas y petróleo.

Los imponentes edificios de mármol blanco construidos durante su mandato buscaban restaurar la gloria de Asjabad, convirtiéndola nuevamente en la «reina de Asia» entre las ruinas de la Ruta de la Seda.

Entre el brillo del pasado y el infierno presente


Berdymukhamedov extendió su «bendición» a todo su territorio, con la notable excepción del desierto de Karakum, donde se encuentra el pozo de Darvaza. La protección no alcanzó esta «Puerta del Infierno», un recordatorio constante de un pasado marcado por la búsqueda de recursos naturales y las consecuencias imprevistas.

El pozo, con temperaturas que alcanzan los 400 grados centígrados, sigue atrayendo a turistas y aventureros que se acercan a la llama en busca de experiencias místicas. Algunos incluso realizan rituales para «echar demonios» al fuego.

Tras los intentos fallidos de extinguir las llamas, Berdymukhamedov prometió «someter al maligno» mediante la construcción de una ciudad moderna, bella y floreciente. Una ciudad con puentes iluminados, calles limpias, arte en cada esquina, una ciudad que combine la aridez del desierto con el reflejo del mar Caspio. Una promesa que, hasta el momento, permanece en gran medida incumplida.






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