21/11/2024
Por
Alejandro Olmos
En el vasto universo del rock argentino, donde las estrellas brillan y desaparecen con rapidez, hay un nombre que, aunque nunca alcanzó el reconocimiento que realmente merecía, a partir de hoy será eterno: Willy Quiroga. Con su bajo en mano, este músico inigualable bajó a Dios a la tierra a través de su música, transformando el género con un estilo único y una humildad que lo hizo aún más grande.
Nacido el 17 de mayo de 1940 en San Nicolás de los Arroyos, Buenos Aires, Willy Quiroga es más que el bajista y vocalista de Vox Dei; es un símbolo de la resistencia y la continuidad del rock nacional. Junto a Ricardo Soulé, Juan Carlos "Yody" Godoy y Rubén Basoalto, fundó en 1967 una de las bandas más influyentes del país. Su obra cumbre, el álbum conceptual "La Biblia" (1971), sigue siendo considerada una joya del rock en español y un testimonio del talento innovador del grupo.
Sin embargo, lo que realmente destacaba de Willy no era solo su música, sino su humildad como artista y como persona. Recuerdo la primera vez que lo vi en vivo. Fue en los años 90, en el Teatro Plaza de Godoy Cruz, Mendoza. Aquella noche, un grupo mendocino llamado Los Alfajores de la Pampa Seca hacía de soporte, calentando motores para el momento que todos esperábamos: la entrada de Vox Dei.
El teatro se llenó de una energía indescriptible cuando las primeras notas del bajo comenzaron a latir en los parlantes. Allí estaba Willy, al frente de la banda, sosteniendo su bajo electrónico. Ese bajo, con su sonido brillante y definido, era el corazón de canciones inolvidables como "Es una nube, no hay duda". Mientras el público se dejaba envolver por los acordes, Willy brillaba con una presencia escénica que combinaba maestría técnica y una conexión única con su audiencia.
Cada nota parecía fluir directamente desde su alma. Su estilo, caracterizado por un enfoque progresivo y blues, era inconfundible. Y, sin embargo, su sencillez y cercanía lo hacían accesible, como si su genio estuviera al alcance de cualquiera que quisiera aprender de él.
A lo largo de su carrera, Willy no solo dejó una marca indeleble con Vox Dei, sino que también exploró caminos como solista y colaboró con otros artistas del rock argentino, manteniéndose siempre activo. En un mundo de egos inflados, él siempre fue el hombre que volvía a sus raíces, tocando con la misma pasión que lo llevó a los escenarios hace más de cinco décadas.
Su trabajo marcó un antes y un después en la música de habla hispana, y aunque los cambios en la formación de Vox Dei fueron inevitables con el paso del tiempo, Willy mantuvo vivo el espíritu de la banda, llevándolo a generaciones nuevas y viejas por igual.
Willy Quiroga no fue solo un músico; fue un contador de historias, un arquitecto de emociones y un símbolo de lo que significa ser auténtico en un mundo que a menudo olvida a los verdaderos talentos. Aunque la industria no siempre le dio el reconocimiento que merecía, su legado vivirá en cada canción y en el corazón de quienes, como yo, crecimos tocando canciones de Vox Dei con nuestros amigos del barrio.
En cada escenario, desde Mendoza hasta cualquier rincón de Argentina, Willy dejó claro que el rock no es solo música, es una forma de vida. Y aunque los tiempos cambien, su figura seguirá siendo un faro para todos los que buscamos autenticidad en el arte.
Willy Quiroga, el hombre que bajó a Dios a la tierra, sigue siendo la prueba viviente de que la grandeza no necesita aplausos; solo necesita verdad. Y eso, en el rock, es lo más valioso que existe. Willy se fue de este plano, pero estará en algún lugar tocando sus bíblicos acordes.
Omar Brozovich, Willy Quiroga y Alejandro Olmos
En 2003, en un bar de Lanús, viví uno de esos momentos que quedan para siempre. Había salido con mi amigo Omar, llegado desde Mendoza, con quien en nuestra juventud mantuvimos la banda "Los Eternos", tocando temas de Vox Dei, nuestra mayor inspiración. Pedimos cervezas y papas fritas, sentados en esas mesas de madera que crujen con el peso del tiempo. De pronto, el ambiente cambió: el sonido del bajo comenzó a vibrar, llenando el lugar con esa intensidad única del rock. El vaso de cerveza temblaba al ritmo. Ahí estaba Willy Quiroga, bajista y voz de Vox Dei, tocando como siempre, sin pretensiones, puro corazón.
No pudimos resistirnos y nos acercamos. Willy nos recibió como si fuéramos amigos de toda la vida. Charlamos largo rato, compartimos anécdotas de nuestra banda y su música. Su humildad y calidez eran tan grandes como su talento. Antes de despedirnos, nos sacamos una foto, sellando el encuentro con nuestro ídolo. Esa noche entendí que el verdadero rock no está en el show, sino en el alma.
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