22/03/2025

opinion

Blindaje para unos pocos, deuda para siempre

El gobierno libertario vuelve a abrazar al Fondo Monetario con una deuda millonaria aprobada a libro cerrado. Mientras la pobreza baja en las estadísticas pero no en la mesa de los argentinos, se consolida un modelo de fuga, ajuste y obediencia externa. La historia no se repite: se perfecciona.

Por
Melina Schweizer

A veces, las historias que más duelen no son las que no conocemos, sino las que ya sabemos de memoria, esas que se nos clavan en la espalda como una puñalada repetida. Otra vez. Otra vez el Fondo Monetario Internacional. Otra vez la urgencia, el decreto, la falta de dólares, la fuga de capitales. Otra vez la soga al cuello, tironeada por los mismos de siempre, y con el pueblo de rodillas como rehén. Aunque las estadísticas muestran una baja reciente en los indicadores de pobreza, esa disminución no se traduce necesariamente en una mejora en la calidad de vida. El alivio es más técnico que real, más de números que de mesas llenas.

El gobierno de Javier Milei firmó en marzo de 2025 un nuevo acuerdo con el FMI mediante un DNU, impulsado sin debate previo pero posteriormente convalidado por la Cámara de Diputados en una votación dividida que reflejó más imposición que deliberación. Un decreto, el 179/2025, redactado con un tono quirúrgico, clínico, como si no se tratara de endeudar al país por una década con el acreedor más temido del planeta, sino de ajustar una tuerca floja en una bicicleta vieja. Se pidió dinero -una línea de crédito de diez años más cuatro de gracia, por una cifra cercana a los 16.000 millones de DEG, equivalentes a casi 20.000 millones de dólares- para pagar otra deuda, en un juego de muñecas rusas donde cada préstamo encierra otro anterior, y todos, sin excepción, terminan pesando sobre la mesa vacía de millones de hogares argentinos.

Pero el truco ya lo vimos. No es nuevo. No es ingenuo. Es perversamente calculado. Y como en toda obra de teatro repetida hasta el hartazgo, el reparto de roles no varió demasiado: los que fugan capitales siguen siendo los mismos, los bancos sonríen de costado mientras cobran sus comisiones, los grandes medios maquillan el escándalo, la justicia mira para otro lado y el pueblo paga la cuenta.

En la jerga técnica se llama Formación de Activos Externos del Sector Privado No Financiero. Pero en criollo, eso se llama fuga de capitales. Y aunque parezca mentira, sigue pasando, en cantidades que ofenden al sentido común. Según los informes del BCRA, entre 2015 y 2019, durante el gobierno de Macri, se fugaron más de 86 mil millones de dólares. La friolera de una Argentina entera exportada a paraísos fiscales y cuentas suizas. ¿Quiénes? Un puñado: apenas 100 personas y 850 empresas se llevaron el 75% de ese monto. Entre ellos, empresarios, financistas, bancos y, por qué no, funcionarios que juraban por la Patria pero giraban su fortuna a las Islas Caimán.

No lo dice una editorial. Lo confirma el Banco Central, lo desarrolla CEPA, lo demuestra Basualdo. Los dólares que se piden al FMI, los que el pueblo pagará con sacrificio, no son para hospitales ni para educación. Son para devolverle al Fondo lo que ya se le debe, y para rescatar letras intransferibles que el Tesoro le dio al BCRA, cuyo valor de mercado -según GMA Capital- ronda los 23 mil millones, aunque su valor nominal supera los 67 mil millones. Una pérdida contable monumental disfrazada de orden financiero.

El mecanismo es tan brutal como previsible. En lugar de revisar la legalidad de esas operaciones internas, el gobierno las blanquea con nueva deuda externa. El DNU permite reemplazar pasivos sin mercado por compromisos en divisas, con intereses, metas y monitoreo internacional. Como en los peores años de subordinación neoliberal, el Estado argentino se transforma en gestor de pagos, pero no hacia su gente, sino hacia los centros financieros del mundo.

Javier Milei, el libertario que en campaña prometía dinamitar al Banco Central y que aseguraba que "en su mundo no existía el FMI", terminó abrazando al Fondo con la misma pasión con que Macri lo hizo en 2018. De hecho, la ironía no pasó desapercibida: el mismísimo Luis "Toto" Caputo, arquitecto de aquel desastre, volvió al escenario como ministro estrella, reciclado por la necesidad de dólares como si los argentinos no tuviésemos memoria.

Pero tenemos memoria. Y la historia reciente es demasiado parecida como para dejarla pasar: Macri se endeudó con los mercados, abrió la economía, y cuando se le cortó el chorro de Wall Street, fue corriendo al FMI a pedir auxilio. Los dólares llegaron, pero no se usaron para invertir ni para crecer: se fugaron. Así de simple. Así de brutal. Lo admitió incluso el propio Fondo, que reconoció que su estatuto había sido violado. ¿Y ahora? Ahora es Milei el que, ante la falta de reservas, repite la fórmula. Como si fuera posible tapar un pozo cavando uno más profundo.

Gràfico. El porcentaje de la votación en Diputados.

El DNU 179/2025, que autoriza las operaciones de crédito público en el marco del Programa de Facilidades Extendidas con el FMI, fue aprobado por la Cámara de Diputados con 129 votos afirmativos, 108 en contra y 6 abstenciones, tras una sesión cargada de tensiones. Tal como se esperaba, La Libertad Avanza contó con el acompañamiento de bloques aliados, dialoguistas y provinciales, mientras que del lado del rechazo quedaron Unión por la Patria, el Frente de Izquierda, 7 miembros de Democracia para Siempre y el santacruceño Sergio Acevedo. De acuerdo con la Ley 26.122, el decreto quedó refrendado al obtener la aprobación de una de las dos cámaras del Congreso, ya que no fue sometido a votación en el Senado. La sesión fue presidida por Martín Menem, y en medio de tensos cruces, discursos improvisados, acusaciones de "cheque en blanco" y enfrentamientos internos, se refrendó un acuerdo aún no celebrado, sin montos definitivos, metas explícitas ni condicionalidades aclaradas. Una vez más, la excepcionalidad se disfrazó de necesidad, y la necesidad de urgencia.

La narrativa oficial presenta este endeudamiento como una maniobra técnica para "limpiar el balance del BCRA". Pero, como advierte el CEPA, se trata de una operación de ingeniería financiera diseñada para facilitar la fuga y consolidar una economía pensada para pocos. En palabras de Basualdo, la fuga de capitales en la Argentina no es una patología del sistema: es su funcionamiento normalizado.

Mientras tanto, la pobreza y la indigencia bajan, pero no por milagro económico: en el primer trimestre de 2024, la pobreza alcanzó al 54,8% de la población (25,8 millones de personas), bajó al 51% en el segundo trimestre (24 millones), y se redujo al 38,9% en el tercero. Para el semestre de septiembre de 2024 a febrero de 2025, la Universidad Torcuato Di Tella estimó una pobreza del 34,9%. Sin embargo, el INDEC advirtió que una familia tipo necesitaba en febrero de 2025 ingresos por $1.057.923 para no caer bajo la línea de pobreza. Aunque en enero de 2025 el indicador de pobreza subió apenas un 0,9% (el menor aumento en ocho años), el descenso general está atravesado por una desaceleración de la inflación y aspectos metodológicos. Además, la pobreza multidimensional -que considera acceso a vivienda, servicios, salud, educación y seguridad social- sigue mostrando condiciones estructurales alarmantes. Las proyecciones para 2025, en cambio, muestran una tendencia de estancamiento o retroceso si continúan el ajuste y la recesión.

En el mercado laboral, según datos del INDEC del cuarto trimestre de 2024, la tasa de desocupación se ubica en 5,7%, con una subocupación del 10,2% y una presión sobre el mercado de trabajo del 29,4%. Más del 36% de los asalariados no tiene descuento jubilatorio y el 58,2% de los ocupados tiene hasta secundario completo. En este escenario, hablar de reactivación productiva suena más a propaganda que a diagnóstico serio.

El IPI manufacturero, además, mostró en enero y febrero de 2025 una caída interanual del 8,4% y del 5,8% respectivamente. Sectores como maquinaria agrícola, textiles y productos metálicos están en niveles mínimos. Es decir, baja la inflación, sí. Pero también baja la actividad económica, el empleo industrial, el poder adquisitivo y el margen de subsistencia de miles de familias.

Mientras tanto, el acuerdo con el FMI habilita condicionalidades a mediano plazo: revisión del régimen previsional, nuevas metas de ajuste, apertura a privatizaciones, reformas laborales. Todo se insinúa en los informes de staff, en los gestos diplomáticos, en los rumores que anticipan recortes. Nada se vota, pero todo se aplica. El FMI no necesita firmar decretos: basta con el silencio cómplice de quienes gobiernan para él.

Y en los medios, como siempre, el relato se bifurca: Algunos medios lo celebran como una muestra de coraje técnico, otros lo relativizan, y algunos más se animan a denunciarlo con contundencia. Pero la calle ya huele lo que viene. El aroma de las crisis argentinas es inconfundible: es una mezcla de resignación y bronca, de inflación y bronquitis, de colas en los supermercados y debates que no sirven para comer. Y ese olor, lamentablemente, está otra vez entre nosotros.

Otra deuda infame. Otra página de esta tragedia nacional escrita con la tinta invisible de los tecnócratas y el silencio atronador de los que prefieren no mirar. Pero el pueblo recuerda. Y cuando eso ocurre, cuando la memoria se activa, ni el blindaje mediático ni las vallas policiales alcanzan para contener el grito.

Porque la historia no se repite. Se cobra.

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