07/01/2025
Por
Nicolás Scordamaglia
Es crucial reconocer que detrás de cada estadística hay una persona con sueños, aspiraciones y un pasado que a menudo incluye circunstancias fuera de su control. Sin idealizar ni romantizar al indigente, simplemente haciendo visible lo invisible, deteniendo el flujo cotidiano ante una realidad imposible de negar y una experiencia desgarradora, que para muchos ha dejado de existir, ocultada por el simple acto de girar la cabeza.
En el túnel del tren, una pareja se aferra a un abrazo cálido. Descansan sobre un colchón de cal y cemento, apenas improvisado con sus camperas rotas. Las paredes, de un blanco desgastado, están cubiertas de mensajes y corazones dibujados. Una luz amarillenta baña la escena. Entre los grafismos, se destaca una pintura de Manuel Belgrano, con una mirada firme, con la estampa de los próceres pintados con acuarelas, con su mensaje profundo: "La vida es nada si la libertad se pierde". ¿Es posible hablar de una verdadera libertad cuando se carece del derecho mas humano a un hogar propio? Un hogar no es solo un refugio físico; es el espacio donde construimos nuestra identidad, compartimos momentos con quienes amamos y nos sentimos seguros. Sin ese derecho básico, la idea de libertad se vuelve incompleta, casi ilusoria. Dejemos que el sentido común responda a esta pregunta.
Un grupo de personas se agrupa en la entrada de un hospital público, buscando un refugio. En una casa de comidas, dos pibes "Tienen alta lija y buscan algo para comer". Muchas de estas escenas, que a menudo pasan desapercibidas en la cotidianidad, adquiere relevancia sólo cuando los medios de comunicación informan sobre la muerte de un desconocido. Para muchos, se convierten en meras cifras o estadísticas, mientras intentan sobrellevar la noche entre mates, promesas y sobras.
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Los datos del INDEC son alarmantes. En el primer semestre de 2024, el 52,9% de la población vivía por debajo de la línea de pobreza, y el 18,1% se encontraba en situación de indigencia. Esta cifra de pobreza representa un aumento de 12,8 puntos porcentuales en comparación con el mismo período de 2023, cuando era del 40,1%. Además, la indigencia casi se duplicó en un año, pasando del 9,3% en el primer semestre de 2023 al 18,1% en los primeros seis meses de 2024. Si se extrapolan los datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) a nivel nacional, casi 25 millones de personas viven en la pobreza (6 millones más que en el segundo semestre de 2024), de las cuales 8,5 millones son indigentes.
"Las personas no son basura, no son descartables. No son algo que tenemos que 'limpiar'", escribió María Migliore, exministra de Desarrollo Social durante la gestión de Horacio Rodríguez Larreta. "Una persona en situación de calle es alguien que además de estar en situación de pobreza perdió toda vinculación familiar, social, que está atravesando una situación de mucho dolor. Entonces, no podemos hablar y mostrarlas como si fueran un objeto a mover para limpiar un lugar. Eso no ayuda a cambiar su situación. El enfoque es otro, uno que no deshumanice".
El filósofo y escritor Eduardo Galeano, en su poema, retrata con precisión a "los nadie", aquellos que, debido a su condición económica o étnica, quedan relegados a los rincones más oscuros de la sociedad: callejones olvidados, pueblos abandonados, estaciones o asentamientos marginales. "Son los hijos de nadie, los dueños de nada. No tienen rostro, solo brazos; no tienen nombre, solo un número. No aparecen en la historia universal, sino en las páginas de la crónica roja de la prensa local".
Jorge Acosta, sociólogo y docente, expresó en una conferencia sobre derechos universales que: "Existen aquellos que son sistemáticamente explotados y excluidos por un régimen opresivo, aquellos que la sociedad desprecia y olvida debido a nuestra creciente indiferencia y carencia de solidaridad" y en el mismo sentido agregó: "Un sistema educativo que se limita únicamente a otorgar calificaciones está repleto de esos 'nadies'. Y, contrariamente a lo que se espera de una revolución o un Estado, en lugar de empoderarlos y transformarlos en sujetos de derecho, los reduce progresivamente a la invisibilidad, a la condición de 'nadies'. El silencio cómplice del poder es el resultado de nuestros ojos cerrados, de nuestra negativa a verlos. Solo un cambio radical en nuestra mirada colectiva puede devolverles la humanidad y la dignidad, convirtiéndolos en alguien".
La cuestión de lo imaginario sobre las personas en situación de calle surge de un corpus sostenido por los diferentes discursos sociales, mediáticos, institucionales y profesionales que les asignan una identidad que los estigmatiza. En muchos casos, estos individuos, son considerados "nadies", vinculados con la peligrosidad, la pobreza y la delincuencia. Los discursos oficiales fragmentan su problemática, tratándolos como casos de salud, vivienda o drogadicción, sin reconocer su rol como víctimas de la inseguridad social.
Desde el plano simbólico, la situación de calle construye una identidad estigmatizada, profundamente asociada a la marginalidad y el rechazo. La calle, concebida como un "no lugar", se convierte en un espacio de desprotección, riesgo e inseguridad. Vivir en la calle implica una socialización forjada en la intemperie, donde las normas y valores se estructuran a partir de experiencias de pura supervivencia, lejos de los códigos establecidos por una comunidad dominante.
El uso de drogas, como pegamento y pasta base, se convierten en una forma de distanciamiento del presente del "aquí y el ahora" y una manera de pertenecer a un grupo. La adicción no solo refleja su disconformidad con el entorno, sino que también configura su identidad, ya que el consumo de sustancias, en muchos casos, les permite experimentar sensaciones de placer y ser parte de una sociedad que define la identidad a partir del consumo. Esta misma sociedad, sin embargo, los vuelve invisibles, perpetuando un sistema de exclusión y olvido que ella misma ha generado, algo así como la serpiente de uróboro.
La invisibilidad de quienes viven en la calle no es una simple omisión, sino una construcción social que se alimenta de prejuicios y estructuras de poder. Mientras sigamos viendo a estas personas como números, como estadísticas, como una carga para la sociedad, continuaremos perpetuando su dolor y su marginación. La verdadera libertad comienza cuando, como sociedad, decidimos mirar más allá de lo visible, cuando elegimos reconocer a cada ser humano detrás de la etiqueta de "pobre" o "indigente". Solo entonces podremos empezar a construir un futuro con oportunidades, sin excepciones, sin excusas de bolsillo, sin promesas de campaña, sin espejitos de colores.
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