22/04/2025
Madres, docentes, psicólogos, cuidadores. Personas que parecen estar siempre bien, pero están agotadas por dentro. ¿Quién las cuida a ellas?
Por
Facundo Estévez. Psicólogo clínico (MN 71.422).
Hay un tipo de
cansancio que no se nota. No tiene fiebre, ni moretones, ni puede mostrarse con
una radiografía. Pero está. Y pesa.
Es el cansancio de
quienes nunca bajan la guardia. De los que tienen que estar bien porque si no,
todo alrededor se cae. Los que contienen, organizan, explican, acompañan. Los
que siempre saben qué decir. Los que no pueden faltar. Los que no pueden
quebrarse.
Docentes, madres,
psicólogos, enfermeros, coordinadores, hermanos mayores, amigos disponibles,
parejas que sostienen en silencio. Personas que están siempre ahí. Para todos.
Menos para sí mismas.
Y no es que no sientan.
Es que aprendieron a no mostrarlo. A seguir funcionando aunque estén vacíos. A
no molestar con su dolor. A seguir, aunque ya no puedan.
En la consulta, muchas
veces llegan así. Desconectados. No dicen "estoy mal". Dicen:
"no sé qué me pasa".
Pero cuando uno escucha
con atención, lo que aparece es un agotamiento antiguo, profundo. Un cansancio
emocional acumulado de años.
Un malestar que se fue
instalando de a poco. Primero, el insomnio. Después, la fatiga física. Luego,
el desgano, la desconexión, la pérdida de entusiasmo. Hasta que un día sienten
que viven en piloto automático.
Hacen lo que tienen que
hacer, pero algo en ellos ya no está.
Y lo más difícil: no
pueden explicarlo. Porque este tipo de cansancio no se puede mostrar. No hay
análisis que lo certifique. No se justifica fácilmente. Y en un mundo que exige
explicaciones para todo, eso los hace sentirse aún más perdidos.
En esta época, donde
todo tiene que ser productivo, visible y medible, el cansancio emocional es
invisible. No encaja en ninguna tabla. No tiene KPI. Y entonces, aparece la
culpa.
La culpa de no rendir
como antes. De no tener ganas. De no saber por qué. De sentir que algo está
mal, aunque no se sepa qué.
Vivimos rodeados de
frases como "organizá tu tiempo", "gestioná tu energía",
"empezá el día con intención".
Como si la solución
fuera técnica. Como si la única explicación posible para el agotamiento fuera
que uno no se está administrando bien.
Pero el cansancio
emocional no se soluciona con una app. No se ordena con una agenda. A veces no
es que hacemos mucho, sino que venimos sosteniendo lo insostenible desde hace
tiempo. Emociones que no pudimos procesar. Exigencias que nos impusimos solos.
Mandatos invisibles que se convirtieron en estilo de vida.
Y si bien no se ve, el
cuerpo lo siente. Porque cuando el alma está cansada, el cuerpo empieza a
hablar. Con tensión, con insomnio, con contracturas, con desgano, con
enfermedades que no tienen causa clara.
No se trata de
debilidad. Ni de flojera. Ni de falta de carácter. Se trata de un sistema
interno que está pidiendo frenar.
Por eso, hablar de este
cansancio es tan importante. No para victimizarse. Sino para legitimar lo que
tantas personas viven en silencio. Para ponerle nombre. Para que no haga falta
estar al borde del colapso para que alguien nos escuche.
Todos necesitamos, en
algún momento, poder decir "estoy cansado" sin tener que
justificarlo. Sin sentir que fallamos. Sin tener miedo de no ser entendidos.
Porque también eso es parte de la vida: cansarse. Y también eso merece un lugar.
Facundo Estévez. Psicólogo clínico (MN 71.422).
Creador de contenido sobre salud mental y vínculos. Instagram: @facuestevez
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