El anuncio del Gobierno sobre la eliminación del cepo cambiario, en el marco del nuevo acuerdo con el FMI, generó un contraste rotundo entre los principales sectores de poder económico y el conjunto de la ciudadanía. Mientras los empresarios celebran lo que consideran un hito hacia la estabilidad, la población trabajadora enfrenta un escenario de inflación desbocada, tarifas en alza y salarios que no alcanzan para cubrir lo básico.
La sorpresa no fue el acuerdo en sí -que ya era ampliamente anticipado por analistas y medios-, sino el momento elegido para levantar el cepo, una medida que muchos imaginaban postergada al menos hasta después de las elecciones. Sin embargo, el "rimbombante" anuncio fue recibido con una catarata de comunicados de apoyo por parte de las principales entidades empresariales: la Asociación Empresaria Argentina (AEA), el Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina (IDEA), la Cámara de Comercio norteamericana en la Argentina (Amcham), la Cámara Argentina de Comercio (CAC), la Asociación de Bancos Argentinos (Adeba), la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), la Asociación de Supermercados Unidos (ASU), entre muchas otras.
Todos coincidieron: "mayor previsibilidad", "condiciones para invertir", "generación de empleo", "confianza para los mercados". Un nuevo horizonte para los negocios. Pero ¿qué sucede del otro lado de la moneda?
Dos realidades: quién gana y quién pierde
Para los grandes empresarios, este nuevo esquema representa una oportunidad concreta. El fin del cepo y el nuevo régimen de bandas cambiarias (entre $1.000 y $1.400) les permite importar insumos, exportar con previsibilidad, acceder al crédito y proyectar negocios sin restricciones ni controles estatales.
El presidente de IDEA, Santiago Mignone, lo sintetizó con claridad: "Es una excelente noticia. Le devuelve la transaccionalidad a la economía". Desde Adeba, los bancos resaltaron que "seguirán apuntalando la recuperación con créditos de calidad", aunque el acceso a esos préstamos, para el ciudadano común, es casi una quimera: las tasas superan el 110% anual y la morosidad crece.
Pero para el pueblo trabajador, esa "transaccionalidad" es sinónimo de otra cosa: inflación, suba de precios, devaluación, y una nueva vuelta de ajuste silencioso. A tres meses de iniciado el año, la inflación acumulada ya alcanza el 13,1%, con un preocupante 4,7% en marzo. El rubro de alimentos y bebidas no alcohólicas superó ese promedio: en marzo trepó un 5,8%, golpeando directamente el bolsillo de las familias.
La carne, símbolo de la mesa argentina, aumentó un 18,4% en el primer trimestre, según datos del IPCVA. El kilo de asado supera los $6.500 en muchas ciudades, mientras que productos esenciales como la leche, el aceite, los huevos y la harina también escalaron más de un 15% en promedio. Y el salario mínimo -de $202.800- no alcanza ni para cubrir una canasta básica total, estimada en $310.000.
La fiesta de pocos, el esfuerzo de muchos
Mientras los empresarios piden "profundizar las reformas estructurales", "bajar impuestos" y "flexibilizar aún más el mercado", el pueblo enfrenta una cadena de sacrificios sin recompensa. Las prepagas aumentaron un 32% en el trimestre, los medicamentos escasean para los jubilados, el transporte acumula un 40% de suba, y los servicios públicos (luz, gas y agua) ajustaron más del 15% cada uno.
La clase media se achica, los sectores populares se hunden, y la informalidad laboral sigue en aumento. El empleo formal se estanca y las pymes, ahogadas por la presión impositiva, las tasas elevadas y la baja del consumo, cierran o achican planteles.
El Gobierno insiste en que estas medidas traerán estabilidad y reactivación, pero en el presente, el ajuste recae -como tantas veces- sobre los de abajo. Lo que en las palabras de los voceros oficiales es "un nuevo orden macroeconómico", en las calles se traduce en frustración, impotencia y resignación.
Los empresarios del grupo de los 6 (g6) Junto al presidente Javier Milei
Un modelo que promete... para algunos
Los empresarios lo tienen claro: este es el momento que esperaban. Las condiciones están dadas para reducir el "costo argentino", relanzar inversiones postergadas, y recuperar márgenes de rentabilidad que estaban comprimidos por los controles. Varios sectores -como el financiero, la construcción, el agroexportador y el comercio exterior- anticipan ganancias si se consolida el nuevo régimen cambiario.
La Cámara Argentina de la Construcción lo celebró: "Estas medidas van en el sentido positivo de transparentar y normalizar el mercado". Desde la CAC, aseguraron que el sector privado "es esencial para la recuperación del país".
Pero incluso entre los propios empresarios hay prudencia. Nadie cree que las inversiones llegarán de un día para el otro. Todos entienden que el éxito del plan dependerá de la estabilidad política y social, de la capacidad de sostener la paz social mientras se aplican políticas impopulares.
El ministro de economía luis caputo junto a los titulares de la UIA, Daniel fines de Rioja y de la CAC , mario grinman
El verdadero desafío: la calle
El Gobierno apuesta a que la salida del cepo, el ingreso de dólares y la confianza de los inversores sean el inicio de una etapa de crecimiento. Pero el riesgo más urgente no es económico, sino social.
Sin políticas de contención, sin una red de protección adecuada, y con salarios corriendo siempre por detrás, el malestar puede escalar. La historia argentina ofrece demasiados antecedentes de planes que entusiasman a los mercados pero fracasan en el termómetro real: el día a día del pueblo.
El peligro es que la política económica se diseñe exclusivamente para el agrado de los CEO y se olvide de quienes no miran cotizaciones, sino changuitos de supermercado. De quienes no hablan de estabilidad, sino de cómo llegar a fin de mes.
Conclusión
El anuncio del Gobierno generó una postal clara: una élite económica eufórica, y un pueblo resignado. Dos mundos que coexisten, pero que rara vez se tocan. Mientras los de arriba hacen números, los de abajo hacen malabares.
El ajuste no se anuncia; se siente. Y hoy se siente fuerte. En la góndola, en la factura de gas, en la suba del colectivo, en la angustia de los jubilados que no reciben sus medicamentos. Y mientras tanto, los balances empresariales sonríen.
El Estado, en lugar de ser un puente entre esos dos mundos, parece haber elegido un lado. Y no es el del pueblo trabajador. Porque la estabilidad de los mercados no puede construirse sobre la inestabilidad de millones de vidas.
La historia dirá si este plan logra sus objetivos. Pero el presente ya está escrito: los que más tienen vuelven a ganar, y los que sostienen el país todos los días, vuelven a perder.