28/01/2025

opinion

Jessé Souza y el voto empobrecido: una paradoja contemporánea

Jessé Souza analiza el fenómeno del Joker como una metáfora de las clases empobrecidas que, frente a la exclusión y la humillación cotidiana, canalizan su frustración hacia movimientos de derecha radical. En un contexto de manipulación mediática, precariedad económica y desconexión institucional, estas dinámicas revelan cómo la búsqueda de reconocimiento moral se convierte en un motor político que desafía las explicaciones tradicionales basadas únicamente en la economía. ¿Por qué quienes más pierden con la derecha siguen votándola? Este artículo explora las respuestas a través de las teorías de Souza, conectando la desesperanza de los más vulnerables con su rol como materia prima esencial para las narrativas radicales del siglo XXI.

Por
Melina Schweizer

Jessé Souza, sociólogo, escritor e investigador brasileño, se ha consolidado como una de las voces más críticas sobre la desigualdad social en Brasil. A través de más de 30 libros, ha analizado las dinámicas de clase, raza y poder, con una mirada incisiva hacia las estructuras que perpetúan la pobreza y la discriminación. En O Pobre de Direita (2019), aborda una paradoja desconcertante: cómo sectores empobrecidos, en lugar de desafiar el sistema que los margina, se alinean con ideologías políticas que no representan sus intereses. Este fenómeno invita a reflexionar sobre cómo la pobreza se cruza con la ideología, destacando la importancia de comprender estas dinámicas para enfrentar las desigualdades estructurales.

Uno de los ejes de su análisis es el fenómeno del Joker, utilizado como metáfora para explicar cómo la humillación, el resentimiento y la exclusión estructural alimentan el apoyo a movimientos de derecha radical. Según Souza, este comportamiento no es puramente económico, sino profundamente moral y emocional.

La humillación como motor político

En la teoría de Souza, la humillación cotidiana es uno de los factores más devastadores para las personas en contextos de pobreza. En un sistema neoliberal, los individuos son valorados según su desempeño en el mercado, y aquellos que no logran adaptarse o destacarse son sistemáticamente despreciados. Este desprecio no solo es económico, sino también social, y genera un dolor moral que muchas veces se internaliza como culpa o fracaso personal.

El Joker, como figura simbólica, representa a quienes han sido invisibilizados y despojados de reconocimiento, no solo por las élites, sino también por una sociedad que normaliza su sufrimiento. Souza sostiene que esta humillación, lejos de generar movimientos de resistencia colectiva, se transforma en un resentimiento caótico que busca salidas individuales o prepolíticas.

El "síndrome del Joker" y la falta de contención institucional

Souza también subraya la ausencia de instituciones protectoras -sindicatos, partidos progresistas o redes comunitarias- que podrían canalizar el malestar de los empobrecidos de forma organizada. Al igual que el Joker, que carece de apoyo y opta por el caos, las clases populares abandonadas buscan alternativas disruptivas que prometen "hacer arder todo".

Ejemplo en Argentina:
Souza no considera cómo los sindicatos, particularmente en Argentina, han dejado de ser percibidos como referentes de lucha por los trabajadores. En lugar de proteger sus derechos, han pasado a ser percibidos como estructuras burocráticas ineficaces, más interesadas en los privilegios de sus dirigentes que en las necesidades de sus representados. Esta percepción de los sindicalistas como "gordos traga milanesas" que acumulan riqueza a costa de los aportes de los trabajadores ha erosionado su legitimidad. Por ejemplo, la aprobación de la "Ley Bases", que derogó la moratoria previsional establecida por la Ley N°27.705, ilustra esta desconexión. A pesar de las medidas de fuerza organizadas por algunos sindicatos, como paros y protestas, estas carecieron de la eficacia necesaria para evitar la aprobación de la ley, que dejará a muchos sin posibilidad de jubilarse tras marzo de 2025. En este contexto, la frustración hacia estas instituciones aumenta, y el pueblo sólo puede resignarse, como dice el dicho, "a llorarle a Gardel". Esto también alimenta la desilusión y el desplazamiento del apoyo popular hacia figuras de la derecha radical que prometen, aunque sea simbólicamente, una transformación radical del sistema.

El resentimiento y la redirección de la ira

Según Souza, este resentimiento no se dirige hacia los verdaderos responsables de la desigualdad -las élites económicas y políticas-, sino hacia grupos más vulnerables, como inmigrantes, beneficiarios de subsidios o minorías. La derecha radical, a través de una "manipulación emocional", redirige el malestar hacia objetivos equivocados, simplificando problemas complejos en narrativas fáciles de digerir.

Ejemplo:
En Brasil, Jair Bolsonaro culpó a los "corruptos" y a las políticas de inclusión por los problemas económicos y sociales, protegiendo al mismo tiempo los intereses de las élites económicas. Este discurso ofreció a los votantes empobrecidos un sentido de poder simbólico, al presentar un enemigo visible al que culpar de su situación.

La lucha por el reconocimiento moral

Para Souza, el motor último del comportamiento político no es económico, sino moral. Inspirado en Hegel, argumenta que los seres humanos buscan desesperadamente reconocimiento social, especialmente aquellos que han sido humillados sistemáticamente. La derecha radical explota esta necesidad al ofrecer narrativas que validan la dignidad de los votantes empobrecidos, aunque lo hace mediante mecanismos que refuerzan la exclusión y el racismo cultural.

Líderes como Donald Trump, Bolsonaro o Javier Milei se presentan como "anti-sistema", prometiendo restaurar un sentido de justicia moral, incluso si esto implica atacar a sectores vulnerables o perpetuar estructuras de desigualdad.

La reinterpretación popular del discurso de la derecha radical

Aunque Souza atribuye el ascenso de la derecha radical principalmente a la manipulación mediática, las clases populares no son agentes pasivos; resignifican y reinterpretan los discursos según sus propias realidades.

? El discurso meritocrático como validación personal:
En Argentina, frases como "agarra la pala" han resonado entre trabajadores precarizados, que ven en esta narrativa un reconocimiento a su esfuerzo frente a las políticas asistencialistas, percibidas como injustas.

? Identificación con figuras disruptivas:
Bolsonaro y Milei logran conectar emocionalmente al presentarse como figuras "auténticas" que desafían al establishment, apelando al sentimiento de abandono de las clases populares.

? La instrumentalización del resentimiento:
Al culpar a grupos vulnerables por los problemas sociales, la derecha radical ofrece a los votantes una explicación simplificada que desvía la atención de las verdaderas causas estructurales de la pobreza.

La influencia del falso moralismo y el racismo cultural

La derecha radical legitima la exclusión mediante el falso moralismo y el racismo cultural, que sustituyen el racismo explícito por narrativas más sutiles. Estas narrativas desplazan la culpa de los problemas sociales hacia diferencias culturales, permitiendo a los votantes adoptar posturas discriminatorias sin enfrentarse a un juicio moral directo.

Religión, justicia divina y supervivencia emocional

¿Por qué tantos pobres eligen opciones religiosas conservadoras? Souza señala que, ante la falta de justicia terrenal, los sectores empobrecidos recurren a la fe como refugio. La religión de tintes ortodoxos actúa no solo como una práctica espiritual, sino también como una estrategia de supervivencia emocional, ofreciendo consuelo ante un sistema que los desampara.

El análisis planteado por Jessé Souza ofrece perspectivas interesantes sobre cómo el racismo, el malestar social y la teoría del amigo-enemigo desempeñan un papel fundamental en el crecimiento de los movimientos de derecha o ultraderecha entre las clases populares. Souza argumenta que el apoyo de los sectores empobrecidos a la derecha radical responde principalmente a una necesidad moral de reconocimiento social y no a razones económicas. Sin embargo, esta perspectiva deja fuera de foco un factor crucial: el impacto de los escándalos de corrupción que la ultraderecha utiliza como bandera política, junto con el peso de las condiciones materiales inmediatas.

La ultraderecha se "vende" como un movimiento fuerte y "limpio" que promete no solo moralidad, sino también la esperanza de una mejora económica tangible, ya que muchos votantes eligen en función de su situación cotidiana más que por ideales abstractos. Cuando la heladera está vacía, la inseguridad abruma y la corrupción parece imbatible, el pueblo encuentra en estos "Jokers de la vida" a alguien dispuesto a patear el tablero, incluso si ello implica que todos paguen las consecuencias. Como bien expresa la frase de Joaquín Phoenix en Joker: "A veces lo que se necesita es una chispa para ver al mundo arder". Y cuando esa chispa no se redirige hacia los verdaderos culpables de la desigualdad, se desatan pequeños incendios de pobre contra pobre, alimentados por el odio y el resentimiento que la ultraderecha sabe manipular con habilidad.

Intenté contactarme con Souza vía email para invitarlo a una entrevista y profundizar en su análisis, considerando todas las variables sobre la mesa, pero su respuesta fue nula. Me hubiese encantado poder dialogar con él y confrontar estas perspectivas, ya que su teoría ofrece una base interesante que podría enriquecerse aún más con una discusión abierta y multidimensional.

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