03/02/2025
Por
Nicolás Scordamaglia
Durante aquellos tiempos oscuros, el pueblo argentino sufrió graves consecuencias a causa de la dictadura. Nuestras libertades individuales y colectivas fueron reprimidas y limitadas de manera inhumana.
La censura se
convirtió en una parte cotidiana de nuestras vidas, silenciando nuestras voces
y restringiendo nuestra capacidad de expresión. Además, innumerables actos de
atrocidad y violencia fueron cometidos en contra de los derechos humanos,
dejando una dolorosa huella de desapariciones forzadas, torturas y ejecuciones
extrajudiciales.
Sin embargo, para los jóvenes de esta generación, aquellos
acontecimientos parecen haber quedado en un pasado distante y ajeno. La dolorosa historia de la dictadura se
encuentra lejos en el horizonte, alejada de su realidad cotidiana. Sin embargo,
eso no significa que nuestro país esté exento de experiencias traumáticas
recientes.
En el año 2001, Argentina se vio sumida en una grave crisis económica y social, durante el mandato del ex presidente Fernando De la Rúa. El país fue testigo de saqueos generalizados y la violencia institucional se volvió algo común y alarmante. Estos sucesos enmarcaron una etapa oscura en nuestra historia contemporánea, donde las injusticias sociales y la falta de liderazgo político alimentaron el descontento y la rabia de la población.
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Diciembre 2001: cómo
se originó el estallido social que marcó la historia
Es importante recordar y reflexionar sobre ambos períodos de
nuestra historia, la dictadura y los sucesos del 2001, para no olvidar las lecciones
aprendidas y trabajar juntos por un futuro mejor. La memoria colectiva juega un
papel fundamental en la construcción de una sociedad más justa y equitativa,
donde los derechos humanos sean respetados y protegidos. Reconocer y confrontar
estos pasados dolorosos nos permite entender la importancia de la democracia,
la justicia y la igualdad en nuestra sociedad actual. Solo a través de la memoria y el aprendizaje podemos evitar que errores
del pasado se repitan en el presente y futuro de nuestra nación.
Muchos se preguntan por qué algunas personas votan a un candidato que va en contra de sus propios intereses y cuya campaña se basa en quitar derechos. Desde una perspectiva psicológica, esto podría ser interpretado como una forma de autocastigo que proporciona cierta satisfacción masoquista. Algunos analistas han sostenido esta teoría en los últimos días. Es innegable que un gran porcentaje de votantes se ha inclinado por Javier Milei, lo cual no puede ser pasado por alto. Este grupo inicial de jóvenes varones se ha ampliado hasta representar el 30% de los votantes en las primarias de Argentina. Lo que une es su rechazo a los políticos tradicionales y a una moneda devaluada.
Milei recibió 7,1 millones de votos, muchos provenientes de
barrios pobres y de clase media-baja en todo el país, los cuales son los más
afectados por la inflación que está erosionando los salarios. Los precios han
aumentado un 113% en el último año, mientras que los salarios de los
trabajadores informales han subido solo un 82%. Milei propone una drástica
reducción del gasto público, incluso más exigente que las demandas del Fondo
Monetario Internacional, lo cual afectará al Estado de bienestar que brinda
jubilaciones, educación y servicios de salud gratuitos, así como ayudas estatales
a los más necesitados.
Para evitar asustar a
los votantes,el candidato de ultraderecha simplemente afirma, sin explicar
cómo, que el costo será sufragado por una clase política a la que tacha de
"parasitaria, ladrona e inútil".
El fondo de estas imprevisiones va más allá de la erosión
tardíamente percibida del sistema político. Se está llevando a cabo un proceso
histórico en el que el papel del Estado, en el que se basa el sistema político
en crisis, ha sido superado y cuestionado. El pensamiento de Estado, junto con
el sistema político, contribuye más a la ceguera del sistema que a su
reversión, ya que el Estado, con sus limitaciones, ya no representa todas las
perspectivas. Hay muchas cosas que resultan opacas para él. Actualmente, las
coaliciones existentes y sus seguidores apuestan por el éxito del "sistema" en
la segunda vuelta.
Sin embargo, si esto no sucede, se abrirá un capítulo
argentino en la historia de la exclusión y la violencia, que contribuirá a la
ola mundial en la que se excusan los responsables políticos e intelectuales de
la crisis de representación y comprensión. De
la misma manera que el menemismo o el kirchnerismo fueron ejemplos destacados
de sus respectivas épocas, lo que pueda surgir a través del camino que Milei ha
iniciado será más que una simple réplica de los cambios de la época.
El análisis político en América Latina está anclado en un
pasado donde existía un Estado benefactor legítimo y operativo, derechos
humanos protegidos, fuerzas sociales equilibradas y un proceso igualitario. Sin
embargo, a diferencia de Europa, donde las ultraderechas han ganado
protagonismo en la política durante los últimos 40 años, no hay situaciones
similares en Latinoamérica, como hemos visto con Melloni en Italia o Macron en
Francia.
En Brasil, donde hubo una transición gradual de la dictadura a la democracia que permitió el surgimiento del reformismo liderado por Lula, se ha regresado rápidamente a una situación similar a la previa a la constituyente de 1985, lo cual dificulta enormemente la situación para el nuevo gobierno del PT.
Aquí en Latinoamérica, el problema se agrava aún más
rápidamente: la enorme marginalidad aumentada durante décadas de estanflación
es el catalizador para un peligroso precipicio. Incluso con elecciones libres y
un parlamento, corremos el riesgo de llegar a una democracia sin liberalismo
político y sin una perspectiva social más allá del mercado.
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