19/01/2025
Poder transmitir hoy en día a las nuevas generaciones-amor, límites y valores- se vuelve una utopía. Sobre todo por la avalancha de sustancias químicas abstractas y reales.
Por
María del Pilar Carabús
Hoy quizá habría algunos interesados en la maravillosa frase que Miguel de Unamuno exhibe en "El Sentido Trágico de la Vida" con el autor José de Espronceda:
Aquí para vivir en santa calma,
o sobra la materia o sobra el alma
El problema es que la materia en sí, sin la representación animada del alma se disuelve en la tierra.
¿Pensemos por qué el ahínco actual de eliminar el alma de todo aquello que sea posible?
Quizá así sea más fácil introducir sustancias químicas adormecedoras.
Vayamos a la definición de nuestra amigo Freud sobre la pulsión:
"Concepto límite entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos procedentes del interior del cuerpo, que arriban al alma, y como una magnitud de la exigencia impuesta a lo anímico a consecuencia de su relación con lo somático".
Entonces si adormecemos o eliminamos el alma incluso de nosotros mismos: ¿cuál es la representación que tenemos de esto llamado vida?, acaso ¿no se vuelve todo utilitario y prescindible, incluso el otro y nosotros?
Empieza acá un camino interesante, el de poder analizarnos como huérfanos afectivos.
Sabiendo que al mundo lo mueve la ignorancia y de vez en cuando una intervención de sabiduría logra torcer el curso ya marcado, es condición sine qua non el ejercicio de la introspección.
Poder transmitir hoy en día a las nuevas generaciones-amor, límites y valores- se vuelve una utopía. Sobre todo por la avalancha de sustancias químicas abstractas y reales.
La incapacidad de amar se hace evidente cuando la palabra es sustituida por la tecnología, adueñándose así la química de ella.
Se hace imposible la construcción de un yo.
Esa vocación, misión y sentido de Ortega y Gasset que nos salva, tan necesaria para la transmisión intergeneracional desaparece.
Hoy el concepto de sublimación no llega a desarrollarse, ya ni siquiera por no intentarlo, sino por la incapacidad de lo más básico -repito- que es la capacidad de amar.
El hombre es puro ello, pura descarga instintiva hoy en día.
Esa mitad en litigio, una que se satisface otra que se respeta de la que hablo en mi segundo libro "Roma Incendiada de Verbos" deja de existir.
Noches alegres, mañanas tristes nos dice el doctor Juan Alberto Yaría en alusión a un ex futbolista y su adicción.
Sabemos que hoy la droga es un instrumento político de dominación.
No harán más falta las bayonetas para dominar un país, solamente harán falta drogas y publicidad- la maravillosa frase de George Orwell.
La química le ganó la batalla a la palabra, tenemos una alteración de la percepción donde los valores son desplazados por las pulsiones yoicas, esas que nos acercan a la muerte.
Rescatemos la teoría de Donald Winnicott, que nos habla de inmadurez-madurez, irresponsabilidad-responsabilidad como camino, dejando como absurdo el concepto de adaptación que desarrolló Darwin y tantos otros.
Según Winnicott es necesario dejar que los niños crezcan con espontaneidad en un maravilloso intercambio de "confrontación", mecanismo a través del cual se maduran. Hoy embestido, coartado por numerosas sustancias como la tecnología, el alcohol, la marihuana, el cigarrillo, y demás drogas alucinógenas consumidas desde una edad temprana, que impiden que el cerebro se desarrolle, pensemos que hasta los 25 años nuestra estructura psíquica está en su proceso de crecimiento, con una neuroplasticidad hasta el día que morimos.
Quizá el interrogante de un mundo que no funciona, sea saber que estamos rodeados en su mayoría de niños de 12 años, cuyo pseudo maduración se esconde en numerosos atuendos. Y cuya capacidad de confrontar queda anulada por el destierro de la palabra, ahogada o aniquilada en cientos de sustancias figurativas.
Nuestro crecimiento depende del juego con el otro -llámese ser humano, de ese intercambio donde se sublima la violencia, de ese enfrentarse a otro a través del cuerpo como seres sensibles que somos o pretendemos seguir siendo.
Autora. María del Pilar Carabús es abogada, escritora y comunicadora.
Volvamos a lo que erróneamente nos transmiten las instituciones y la educación refrendado por este gran pediatra y psiquiatra :
"Debido a que el crecimiento es básicamente imperfecto no implica ninguna adaptación. La adaptación tiene que ver con la perfección, lo que en realidad implica que se genere un pseudo crecimiento y una pseudomadurez" (Winnicott, 1972, p.193), lo que se puede entender como homologable al concepto de falso self (Winnicott, 1981).
Este simulacro ancestral de adaptación a reglas de juego pre-establecidas, se acentúa hoy con la falta de debate y los blancos y negros diseñados para anular la permeabilidad que el otro nos provee en el intercambio social como ser.
El fracaso en la confrontación es sustituido por el escapismo de la virtualidad.
Winnicott habla de ese no confrontar como una falta de integración psicosomática a través de la elaboración imaginativa de las funciones corporales, que hace que:
- La búsqueda de muerte recae sobre uno mismo como suicidio o ejerciendo la figura de dictador que espera la muerte de los hermanos, a los que se domina (lo que se podría hacer extensible al grupo de pares).
- El adolescente es un adulto en forma prematura (con consolidación del falso self).
- Ya no existe lucha por la responsabilidad. La misma es entregada o administrada por adultos.
- Los adultos se muestran comprensivos y alaban la inmadurez adolescente, lo que es el desastre de renunciar a la lucha y probablemente a la agresividad.
- Hay un acceso a identificaciones prematuras, a las cuales teme Winnicott, ya que incitan a la genitalidad y a la elección de objeto. Señala que la bisexualidad no se soluciona por elección de objeto heterosexual y que las relaciones sexuales no implican madurez sexual, porque la misma debe abarcar toda la fantasía inconsciente del sexo.
Con una difusión excesiva del sexo solo como signo de genitalidad y no como descubrimiento de un entramado de fantasías, se coarta esa madurez necesaria para convertirnos en adultos.
Necesito volver entonces a el alma de la materia, cuya mirada le da significado a un amanecer, a las olas del mar, a la figura de otro ser, a la forma de una boca, al movimiento de una manos deseantes, a la energía de otro en un acercamiento, en una charla, a esa energía revitalizante, que Plotino definía como Uno con su trinomio Uno-Nous-Alma, vínculo entre la potencia del alma y el cosmos sensible (la materia).
No existe uno sin el otro, no hay vida posible animada de otros, de otro ser-objeto sin nuestro latir. El significado está puesto entre las redes de ese ente-esa pulsión invisible que mueve el universo y anida en cada uno de nosotros.
Sabiendo que la respuesta está en la constante interacción con todo lo que la naturaleza nos trae, nuestro trabajo es darle forma a una existencia valiosa con sentido, necesaria para proyectar un futuro sano, exento de alteridades impuestas para matar nuestro alma.
El desafío de poder madurar implica amar, y esa construcción amerita herramientas emocionales cuya invención llega a buen puerto cuando nuestro cerebro es capaz de enfrentar el mayor ejercicio de frustración y crecimiento que es el de fusionarse con otro.
La respuestas no están en lo intangible, ni en microcápsulas, sino en nuestro mundo relacional.
Alma como medio
Cuerpo como instrumento
Materia como posibilidad
Conjunción de un rompecabezas
Que en su dolor de cambiar de forma
Moldea nuestra psiquis
El esfuerzo de hacerse cargo de «quienes somos»
Implica dejarlo todo
Allí
En el enfrentamiento constante
Con el otro
Enfrentamiento que en otro cuerpo
Se reconvierte en uno solo
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