El 21 de enero de 2025, a las 7:35 de la mañana en Roma, el Papa Francisco murió en su residencia de la Casa Santa Marta. El Vaticano informó que se trató de un derrame cerebral. Lo dijeron sin dramatismo, sin ritual. Como si el final ya hubiera sido anunciado. Como si el guión ya estuviera escrito. Y tal vez lo estaba.
Tres meses antes, el 25 de octubre de 2024, se estrenaba Cónclave (película), una película donde un Papa muere repentinamente y el elegido para sucederlo es un cardenal desconocido, con un secreto que sacude a la Iglesia desde sus cimientos. Luego, el 21 de diciembre de 2024, The Economist publicaba su tapa de fin de año: un pez decapitado, helado, con la forma exacta de una mitra papal. Una imagen que, vista desde hoy, parece más epitafio que diseño. Y mucho antes, en el siglo XII, San Malaquías escribió su lista de papas... y la cerró con uno solo: Petrus Romanus, el último Papa. Todo parece coincidencia. Hasta que deja de serlo. Y eso lo dicen, especialmente, quienes consumen conspiraciones y símbolos como si fueran piezas de un rompecabezas que el resto del mundo prefiere ignorar.
Este artículo no busca confirmar teorías. Pero sí propone una lectura simbólica. Una línea que une una profecía medieval, una portada que pocos supieron leer y una ficción que tal vez no fue tan ficción. Porque si el humo blanco que se avecina no anuncia solo un nuevo nombre, sino un cambio de era... entonces el fin ya fue contado. Y simplemente no lo escuchamos.
Las Profecías de San Malaquías y el "Último Papa"
Dicen que fue en el siglo XII, entre las sombras de un monasterio irlandés y los ecos de Roma, cuando el obispo San Malaquías escribió el destino del mundo en 111 lemas oscuros. No firmó fechas ni apellidos. Apenas símbolos. Metáforas. Claves. Las profecías, atribuidas a él, pintan el linaje de los papas desde Celestino II hasta el fin de los tiempos. Y el último no tiene número: Petrus Romanus. "Pedro el Romano, que pastoreará su rebaño en la tribulación, tras la cual Roma destruida y el juez temible juzgará a su pueblo."
Durante siglos, el Vaticano ha evitado comentar sobre estas visiones. Pero el peso de la historia -como el humo blanco en la Capilla Sixtina- nunca se disipa del todo. En tiempos de incertidumbre, las profecías vuelven como espectros. ¿Estamos ante el último Papa? ¿Murió Francisco sin que lo sepamos? ¿Será el próximo pontífice un africano, un jesuita oscuro o un romano conservador? En medio del silencio, el simbolismo estalla.
En diciembre de 2024, The Economist publicó una portada inquietante: un pez decapitado, exhibido como mercancía muerta en un mercado helado. La forma del cráneo del animal evocaba, sin disimulo, la mitra papal. ¿Era esa la imagen de una institución moribunda? ¿Una alegoría del fin de una era? ¿Una advertencia?
Las Profecías de San Malaquías y el "Último Papa"
La llamada Profecía de los Papas, atribuida al obispo irlandés San Malaquías, es una lista de 111 lemas breves en latín que describen simbólicamente a cada uno de los papas que, según la tradición, gobernarían la Iglesia Católica desde Celestino II (1143) hasta el fin de los tiempos. Esta lista fue publicada por primera vez en 1595 por el monje benedictino Arnoldo de Wyon, quien afirmó haberla hallado en antiguos archivos vaticanos. Sin embargo, su autenticidad controvertida ha sido objeto de controversia durante siglos. La Iglesia Católica jamás la ha reconocido como profecía auténtica ni como revelación divina.
Los primeros lemas -hasta 1590- muestran correspondencias detalladas con datos biográficos, heráldicos o geográficos de los papas. Por ejemplo, De medietate lunae se relaciona con Juan Pablo I, quien nació, fue ordenado y murió en noches de media luna. No obstante, a partir de esa fecha, los lemas se tornan más vagos y simbólicos, dando lugar a interpretaciones múltiples y contradictorias. El más inquietante es el último: un texto separado del resto, no numerado, que reza: In persecutione extrema S.R.E. sedebit Petrus Romanus... -"Durante la última persecución de la Santa Iglesia Romana reinará Pedro el Romano, quien alimentará a su rebaño entre tribulaciones, tras lo cual Roma destruida y el Juez temible juzgará al pueblo".
Para muchos intérpretes, esto implicaría que tras el papa número 111 -identificado con Benedicto XVI, cuyo lema fue Gloria olivae-, vendría el último Papa: Petrus Romanus. Algunos han señalado a Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, como cumplimiento indirecto: por ser el primer jesuita (orden tradicionalmente apodada "el ejército negro del Vaticano"), por sus reformas rupturistas, por su carácter popular y por su cercanía pastoral con los sectores más marginados del mundo católico. Sin embargo, Francisco ni se llama Pedro ni es romano de nacimiento, lo que deja abierta la posibilidad de que Petrus Romanus aún no haya llegado.
Desde el siglo XVII, el jesuita Claude-François Menestrier y otros críticos sostuvieron que los lemas anteriores a 1590 fueron escritos post facto, con base en hechos conocidos, mientras que los posteriores son lo suficientemente ambiguos como para acomodarse a casi cualquier interpretación. Además, el hecho de que algunos antipapas figuren en la lista debilita aún más su consistencia teológica.
La postura oficial del Vaticano ha sido el silencio del Vaticano. No ha condenado ni avalado públicamente el texto, pero teólogos consultados han dejado claro que no se trata de un documento aceptado por la Tradición ni con valor doctrinal. Aun así, el texto sigue circulando entre fieles, periodistas, autores de ficción religiosa y entusiastas del misterio vaticano.
Más allá de su autenticidad controvertida, las profecías de San Malaquías sobreviven en el imaginario colectivo por lo que representan: el anhelo -y el temor- de que incluso el poder papal, con toda su majestad milenaria, tenga también un fin. Un destino sellado por el tiempo. Y si Francisco ya ha muerto -como sugieren algunas voces- y si el cónclave ya está en marcha, o en pausa, esperando una señal cósmica o numérica -una fecha, un eclipse, una alineación-, entonces tal vez el humo blanco del próximo papa no anuncie solo un nombre, sino el comienzo del último capítulo de la historia de Roma.
La portada de The Economist: una mitra hecha pez muerto
La edición del 21 de diciembre de 2024 al 3 de enero de 2025 de The Economist desató múltiples interpretaciones entre divulgadores de contenido alternativo, analistas simbólicos e investigadores conspirativos. La imagen de portada presenta un mercado helado repleto de objetos desconectados. Lejos de ser una simple escena navideña ambientada en un mercado asiático, la imagen parece funcionar como una composición alegórica del estado espiritual, cultural y geopolítico del mundo. Cada detalle está dispuesto con precisión quirúrgica, y los elementos combinados forman una lectura densa, cargada de advertencias.
Para muchos lectores del simbolismo político, esta portada no es simplemente una ilustración, sino un manifiesto visual de la agenda global de las élites. Se argumenta que The Economist -propiedad parcial de grupos financieros como la familia Rothschild- utiliza sus tapas anuales de fin de año como pistas codificadas sobre eventos futuros. Esta edición en particular ha sido interpretada como un aviso velado del fin de un ciclo religioso, político y social.
Y la tapa, a simple vista, parecía inofensiva para los que no saben leer entre líneas, para los que van a lo obvio o simplemente no se fijan en los detalles. Como dicen en estos círculos: para los dormidos, nada más que una imagen decorativa. Un mercado asiático, gente apurada, pescados colgando y un par de detalles que, a simple vista, no decían mucho. Pero para los que viven atentos a estos códigos -los que no solo miran, sino que descifran- esa imagen era dinamita simbólica. Porque cuando uno aprende a ver el tablero como lo ven ellos, entiende que las señales no vienen con luces de neón: están escondidas entre lo cotidiano, disfrazadas de decoración. Como si te tiraran pistas codificadas al estilo "¿Te diste cuenta recién ahora?".
Ahora bien, voy a pasar a explicarte cómo ciertos rincones de internet interpretaron esta tapa. Porque, en estos espacios, no se conforman con lo obvio: la portada se desmenuza, se analiza, se busca el mensaje oculto entre líneas. Y ahí es cuando comienza a revelarse el enigma: lo que para algunos parece un simple vistazo, para otros es una clave visual cargada de pistas codificadas sobre lo que está por venir.
El pez decapitado y la mitra papal: la institución sin cabeza
La figura más destacada y central de la portada es un pez decapitado y pez muerto, cuya forma cónica evoca claramente la mitra papal. Este símbolo, al estar privado de su cabeza y dispuesto sobre hielo, remite a la idea de una institución moribunda, sin liderazgo, sin vitalidad espiritual. En un momento histórico en que la muerte del Papa Francisco ya ha sido reconocida aunque con opacidad narrativa, esta imagen puede leerse como un pronunciamiento visual sobre el fin de un ciclo religioso. Pero también puede ser una alusión más profunda: la caída de la cabeza de la Iglesia no es solo biológica, sino simbólica -la mitra sin mente, el rito sin fe, el dogma sin centro. En lenguaje conspirativo: el cuerpo sobrevive, pero ha sido tomado.
Y claro, cuando el 21 de abril se confirmó la muerte del Papa Francisco, todo encajó. Como si el mundo fuera un rompecabezas al que solo le faltaba esa pieza para revelarse. Las teorías explotaron: que el Papa negro, que el último Papa según San Malaquías, que el falso profeta, que el Anticristo al caer la Iglesia. Todo estaba, supuestamente, codificado ahí. En esa imagen. Pero nadie lo quiso ver. O no supo cómo.
Porque en estos círculos conspiranoicos, lo real y lo simbólico juegan al mismo tiempo. No es que crean que todo es una predicción exacta. Es peor: creen que todo tiene una intención. Que nada se publica "porque sí". Que el poder manda mensajes -entre líneas, entre trazos- y que ellos son los únicos que aprendieron a leerlos.
El busto grecorromano sumergido: la cultura ahogada
Debajo del mostrador, sumergido en un acuario, se encuentra un busto grecorromano, semihundido, vigilado por criaturas biotecnológicas. En el canon simbólico clásico, los bustos representan la permanencia del pensamiento, la continuidad de la razón, el alma de Occidente. Su hundimiento sugiere una verdad incómoda: la civilización occidental se está sumergiendo bajo sus propias contradicciones. El hecho de que esté bajo el agua -elemento femenino, fluido, preconsciente- indica que el logos, la racionalidad, está siendo tragado por el inconsciente colectivo global. ¿Es este el fin del humanismo? ¿O una señal de que el mundo se gobierna ahora desde zonas no visibles, sumergidas, no racionales?
El axolote y el koi: mutación y hegemonía emergente
El axolote es una criatura ambigua, emblema de la resistencia latinoamericana pero también símbolo de la mutación. Puede regenerar miembros, sobrevivir en condiciones extremas, vivir en su forma larval sin transformarse jamás. A su lado, el pez koi nada como signo de éxito asiático, disciplina y ascenso en la jerarquía del orden mundial. Este binomio dentro del tanque puede interpretarse como una alegoría del reordenamiento global: América Latina mutando en silencio, mientras Asia escala con método y destino. En clave conspirativa: el viejo eje euroamericano ha cedido el cetro a una alianza bioeconómica entre Asia y el sur global.
El bonsái con venas: la vida cultivada, la naturaleza intervenida
El bonsái con venas expuesto sobre el mostrador no solo representa la miniaturización del poder natural. Sus raíces parecen venas humanas, y el sustrato sobre el que crece es artificial. Esta es una metáfora de la biopolítica contemporánea: la vida vegetal y humana como materia programable. El bonsái no crece, es contenido. No se libera, es mostrado. En este contexto, la humanidad -como el árbol- es domesticada, decorada y finalmente vendida. En clave simbólica: la vida orgánica ha sido absorbida por el artificio del mercado tecnocrático.
El niño en hombros y el turismo global: la infancia convertida en espectáculo
Un niño en hombros vestido de Santa Claus es llevado en hombros mientras un turista lo fotografía. La figura infantil -históricamente símbolo de pureza y porvenir- aquí es reducida a infancia mercancía, espectáculo de temporada, ornamento. En clave simbólica: el futuro está siendo capturado, convertido en narrativa, y vendido en fragmentos de souvenir. La vigilancia (el ojo-cámara) no es sólo estatal, es cultural. La niñez es hoy uno de los frentes de colonización simbólica más avanzados.
El perro adornado: la lealtad domesticada y decorativa
El perro adornado navideño simboliza lo que antes era fuerza e instinto transformado en lealtad domesticada. Su cuerpo iluminado remite al adorno de la subjetividad: incluso lo íntimo, lo afectivo, ha sido colonizado por la lógica del espectáculo y la autoexposición. La fidelidad, ese último valor incorruptible, aparece aquí estéticamente neutralizado. El perro no guarda: desfila.
Esta portada no es una ilustración. Para muchos es un oráculo pop. Un artefacto de poder. Bajo el disfraz de lo festivo, muestra la transición desde un mundo gobernado por símbolos viejos hacia otro regido por biotecnologías, algoritmos y espectáculos vigilados. Cada elemento apunta a un colapso que ya no es futuro, sino presente. El pez muerto -antes símbolo de Cristo, ahora cadáver sobre hielo- nos recuerda que lo sagrado también tiene fecha de vencimiento.
Como diría Baudrillard: lo real ya no importa, lo simbólico lo ha sustituido. Pero The Economist lo sabía antes que nosotros. Y lo publicó. En tapa. En diciembre. En hielo. Y te sigo contando que:
La conexión con la película El Cónclave y la figura del Papa italiano
Cónclave (película), la película que dramatiza el proceso de elección papal tras una muerte inesperada, se ha convertido en referencia para muchos que intentan entender el ritual cerrado del Vaticano. Con una atmósfera tensa y actores atrapados entre la fe y la política, la película recrea las pasiones, alianzas y traiciones que rodean la elección del vicario de Cristo. El espectador se adentra en la Capilla Sixtina, donde las decisiones se toman bajo los ojos de Miguel Ángel y los susurros de siglos.
Pero entonces, 2025. Muere el Papa Francisco. Y todo lo que la película había mostrado para ciertos sectores despiertos -periodistas de medios alternativos, analistas simbólicos, canales que leen el cine como radiografía del poder-, Cónclave dejó de ser una película. Se convirtió en advertencia.
Alerta de spoiler
En el film aparece Vincent Benítez, un joven cardenal desconocido mexicano que nadie conocía. Había sido nombrado en secreto por el Papa antes de morir y enviado en misión al Medio Oriente. Cuando lo llaman al cónclave, llega sin aliados ni historia. Pero, por cosas del destino, termina siendo elegido. Y es ahí donde esa imagen -un cónclave roto, un Papa inesperado, un secreto escondido en el corazón de Roma- comenzó a resonar demasiado en la comunidad conspirativa, ya que, en un giro inesperado, solo el jefe de los cardenales, el espectador y el nuevo Papa conocen un secreto explosivo: el nuevo Papa es intersexual. Su sola presencia rompe el tablero. La Iglesia entra en una crisis interna. ¿Puede un cuerpo ambiguo liderar la institución más conservadora del planeta?
En estos espacios críticos y conspirativos, se empezó a hablar de primado negativo. Esa estrategia simbólica por la cual el poder -o lo que algunos llaman "la élite"- te cuenta lo que va a pasar, pero primero en forma de película. Para que, cuando pase, ya lo hayas procesado emocionalmente. Ya no lo cuestiones. Ya no reacciones.
Cónclave apareció con una puesta en escena perfecta: un Papa muerto, un sucesor improbable, una lucha moral disfrazada de elección litúrgica. Y entonces la pregunta ya no es si Cónclave predijo algo. La pregunta es si Cónclave fue parte del proceso.
¿Nos están preparando para aceptar que el próximo Papa no será como los anteriores? ¿Que lo sagrado va a cambiar de cuerpo, de género, de lenguaje? ¿Y que el Vaticano, cuando no pueda contenerlo más, simplemente nos dirá: ya lo vieron en el cine? Y para muchos que ya dejaron de creer en las coincidencias... Eso no fue una trama. Fue el ensayo general.
Entre mitos, humo y memoria
La Iglesia Católica es una máquina de símbolos. Más que una institución, es una escenografía sagrada en donde cada gesto, cada silencio y cada vestidura forma parte de un lenguaje que no necesita traducción. Ya no se sostiene en la fe viva de sus fieles, sino en la fuerza de su relato. Y como todo imperio antiguo, su poder no está en lo que dice, sino en lo que representa.
Hoy, con la muerte del Papa Francisco aún resonando como eco global -cuerpo ausente, figura desplazada-, las profecías de San Malaquías vuelven del exilio del folclore y se instalan otra vez en la conversación pública. No como superstición, sino como posibilidad. Como guión. Porque hay algo en esa lista de 111 lemas latinos, cerrada con el enigmático Petrus Romanus, que inquieta incluso a quienes no creen.
¿Habrá un Papa africano que encarne el "cambio final"? ¿Un rostro nuevo con olor a tierra roja y mirada antigua? ¿Será una jugada simbólica: el fin empezando por los márgenes, por aquellos que nunca tuvieron voz en el trono de Pedro? ¿O volverá un romano? Uno de los de siempre. El guardián de las llaves. El que no viene a abrir nada, sino a cerrar el ciclo religioso. A sellar con latín lo que alguna vez se quiso decir en arameo. ¿O acaso ya estamos dentro del fin? ¿Y no nos dimos cuenta? ¿Y el último Papa ya reinó? ¿Y todo lo que queda es teatro de sombras?
Porque el humo blanco que saldrá del Vaticano no es solo la señal de que hay Papa. Es la confirmación de que la máquina de símbolos aún funciona. Que el rito sigue. Que hay continuidad. Pero también es un suspiro. Un síntoma. Una negación ante lo inevitable.
Ese humo blanco -siempre etéreo, siempre frágil- no trae certezas. Trae preguntas. ¿Quién lo produce? ¿Quién lo interpreta? ¿Y cuántas veces más podrá sostenerse una estructura de fe que necesita tanto misterio... para seguir siendo creída? Quizás lo que se anuncie no sea un nombre. Sino el destino de una institución que se niega a morir... pero que ya no recuerda si puede renacer.